AVISO

A partir del 1° de Diciembre, este foro cesa su actividad, atento a que la nueva etapa de formación de líneas alternativas dentro del peronismo requiere, más que la ya agotada discusión acerca del PJ, un trabajo específico de análisis y propuestas que puedan fortalecer a los nuevos liderazgos peronistas liberales.

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EL PJ: LA CASA COMÚN

En medio de tantas operaciones de prensa como de negociaciones más o menos secretas y con el regreso de Duhalde al opinionario político, continua la movida acerca del desestructurado y hoy inoperante PJ. El debate no es sólo acerca de cómo reorganizarlo democráticamente, de modo que todas las expresiones peronistas tengan cabida, o acerca de cómo recrear su tradición de modo de convertirlo en un instrumento político moderno, altamente operativo y eficiente. Es también, de cara a una sociedad con las ideas muy confundidas, la oportunidad de elevar la discusión política y de demostrar la voluntad de vivir dentro de una auténtica democracia empezando por casa. En este caso, el PJ, la casa común, el hogar madre de todos aquellos peronistas, dirigentes o no, que se reclaman nacidos en ella y no aceptan ni el veto ni la exclusión.

Pocos meses después de la elección en la cual resultaron triunfantes, difícilmente los Kirchner podrían perder una elección interna en el PJ, aún con los padrones actualizados. O sea que la presidencia eventual de Kirchner al frente del PJ no es el punto ni la manzana de la discordia, sino su insistencia en evitar líneas internas de ideas opuestas a las suyas dentro de un partido que pretende convertir en el eje de un frente socialista. En esta posición kirchnerista se observan dos problemas superpuestos que, sin embargo, conviene discutir por separado.

La primera discusión se refiere a la organización democrática y a cómo Kirchner puede optar honorablemente por ésta o persistir en la equivocada actitud del vivo local, que le puede traer predominancia hoy, pero sólo desdichas mañana. El PJ debe incluir todas las corrientes, incluso la kirchnerista y también las más izquierdistas, como la de Pino Solanas, por la simple razón de que el PJ es de todos. “Mi único heredero es el pueblo”, dijo el General, y no hay más que discutir: el PJ es de todos y los dirigentes se eligen en internas; y sí, el gana gobierna y el que pierde acompaña. Esta discusión, como de costumbre, continua y se dirime, como todas las discusiones exclusivamente peronistas, en la bolsa de gatos, ya sea en la bolsa chica de un PJ kirchnerizado o en la bolsa más grande de los dos PJ en pugna, el kirchnerista y el paralelo o disidente.

La segunda discusión interesa en cambio a la sociedad en general, que precisa un orden institucional donde las opciones políticas se desplieguen con claridad. En este sentido, el reclamo cada vez más generalizado de un sistema bipartidista parece indicar que los argentinos preferirían contar con dos partidos fuertes, flexibles y elásticos en lo interno, más que con partidos débiles cuya única fuerza sería la de constituir frentes electorales. Si la opción es entonces por el bipartidismo, el problema a resolver tanto en el PJ como en el Partido Radical, el de la democracia interna y la flexibilidad para aceptar la puja de proyectos disímiles. Esta flexibilidad interna, que obligaría a la permanente batalla interna por las ideas y las posiciones, daría al país un muestrario de opciones políticas amplias y variadas, con dirigencias permanentemente renovadas dentro del orden institucional del partido. Repetida en los dos partidos, esta misma flexibilidad haría posible concentrar la participación política de actores disímiles en ambos partidos, no enraizando ninguno de los dos durante demasiado tiempo en ninguna posición. O sea, un férreo bipartidismo para lograr el más alto movimientismo.

Es este tema de la flexibilización el más difícil de entender para Néstor Kirchner, de espíritu controlador, autoritario, centralista y, básicamente, antidemocrático. Es sobre este punto que la dirigencia peronista que se le opone debería alertar a la comunidad, porque va en contra, no ya de los intereses de los peronistas opositores a Kirchner, sino del más alto interés de la comunidad, que merece lo mejor en ideas y en dirigencias renovables.

febrero 14, 2008

LA MILITANCIA POLÍTICA PUEDE VOLVER A ENAMORAR(NOS)? por Víctor Eduardo Lapegna

Aún vivimos aquí miles de argentinas y argentinos que tenemos hoy alrededor de 60 años y que hace algo más de cuatro décadas comenzábamos una militancia política que nos marcó para siempre.

Cualesquiera haya sido la organización y la corriente ideológica a la que adherimos en aquellos inicios, teníamos en común una convicción: estábamos adoptando un compromiso político que nos convertía en protagonistas de un proceso revolucionario, trascendente y colectivo que cambiaría al país y al mundo.

Ni siquiera nos pasaba por la cabeza recibir alguna compensación material por una militancia que forjaría una Argentina grande y un pueblo feliz, objetivos tan grandiosos que tornaban insignificante cualquier recompensa personal que pudiéramos obtener en el camino y repudiable todo rasgo de individualismo por ser una “desviación pequeño burguesa”.

No concebíamos a la militancia política como una vía de acceso al bienestar económico para nosotros y para nuestras familias o para conseguir prestigio social y sólo era aceptable alcanzar cierta fama si era un resultado - no buscado explícitamente - de un comportamiento heroico, que llegaba al sacrificio de la libertad o de la propia vida.

En otros términos, desde principios de la década de 1960 y hasta comienzos de los ´80, la militancia política, en tanto decisión personal de acción colectiva, era una opción elegida por quienes no teníamos ninguna pretensión de llegar a ser “ricos y famosos”, dado que éramos – o al menos, creíamos ser - actores de una epopeya que dotaba de sentido trascendente a nuestra vida y todo lo demás venía por añadidura.
Nací y crecí en una familia de clase media, primero en la ciudad de Buenos Aires y después en Rosario y recuerdo que quienes eran nuestro entorno y no adherían a la vocación militante que compartíamos con tantos jóvenes que hace 40 o 30 años iniciábamos nuestra vida política, nos consideraban unos ilusos que pretendíamos una transformación imposible, “idiotas útiles” de ciertos centros de poder que se aprovechaban de nuestra falta de experiencia o “diletantes” de una actividad que nos hacía perder un tiempo que mejor haríamos en dedicarlo a estudiar o a trabajar. Pero no recuerdo que nadie nos señalara por ser parte de un ambiente corrupto o nos acusara de trepadores que queríamos usar a la política para nuestro bienestar personal.

Es evidente que la realidad de hoy es del todo diferente a la de entonces, pero no quiero detenerme a considerar aquí lo que sucedió en la Argentina en estos años y de que modo ese proceso histórico nos afectó a quienes nos integramos a las nutridas columnas de la militancia política en las décadas de los ´60 y de los ´70.

Tampoco quisiera caer en una inconducente nostalgia del pasado o presentar una imagen idílica de aquellos años, que no se corresponde con la realidad que vivimos.
Al menos corresponde admitir que aquella experiencia militante estuvo signada por una soberbia ideológica y una intransigente intolerancia a la alteridad que, entre otros efectos nocivos, nos condujo a aceptar que el ejercicio de la violencia era un recurso legítimo para dirimir los conflictos propios de toda vida en comunidad y a subestimar el valor de la libertad, comenzando con la propia.

Pero lo que busco con este escrito no es intentar un balance de aquellos tiempos sino, apenas, recordarles a las compañeras y compañeros que lleguen a leerlo y que hayan compartido aquella experiencia, que hubo un tiempo no tan lejano en el que estábamos enamorados de una militancia política que dotaba de sentido trascendente a nuestra vida, en tanto formábamos parte de una epopeya colectiva que llevaría a lograr la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria.

Mi intención es invitarles a preguntarse si la militancia política puede volver a enamorar (nos) y a tratar de discernir lo que debería suceder en la realidad contextual y en nosotros mismos para que así sea.

Confieso que, en mí, la pregunta es algo tramposa ya que, habiendo cumplido 60 años de los que dediqué 46 a una militancia más o menos orgánica e ininterrumpida, sigo enamorado de la política como cuando me inicié en ella, aunque de un modo diferente. De modo que yo ya tengo una respuesta afirmativa al interrogante del título, sin que eso implique que no sea un duro crítico a las formas y los contenidos actuales de la política argentina en general y de la política peronista, que es la mía, en particular.

Pero debo aceptar que se me considera una suerte de dinosaurio y, por ejemplo, también sigo tan enamorado de mi esposa como cuando la conocí hace 40 años o cuando me casé con ella, hace 37 y aunque el tiempo transcurrido llevó a que ese amor sea hoy diferente de cómo era hace 35 o 40 años, no por eso es menos intenso y profundo. Y lo que aquí digo del amor por mi esposa también puedo decirlo de mi amor por la militancia política.

Aún cuando se me tenga por un raro sobreviviente de una especie ya extinguida, tengo la sospecha que en toda la Argentina somos miles de mujeres y hombres los que compartimos aquella experiencia militante sesentista y setentista y que guardamos en nuestro espíritu, al menos, el rescoldo de aquella llama que en nuestros corazones supieron encender Perón y Evita.

Debo decir que, en cierta medida, la redacción de este artículo me fue suscitada por la anunciada perspectiva de reorganización del Partido Justicialista, aunque no soy ingenuo y tengo bastante claro que los intereses, alcances, métodos y objetivos de quienes conducen y promueven ese proceso no son los míos.

No obstante, también creo que por arriba y por debajo de esos conductores y promotores, seguimos existiendo los peronistas y aunque se nos quiera mantener como convidados de piedra en esa amañada reorganización del PJ, no me parece imposible que a esas cúpulas, en cierta medida y contra su voluntad, les pueda suceder lo que al aprendiz de hechicero, quien puso en marcha fuerzas que después no pudo controlar (¿recuerdan al Ratón Mickey en la película de Walt Disney?).

Es desde esa perspectiva que me propuse tratar de indagar, en el modesto alcance de mis posibilidades, cuantos y quienes somos las compañeras y los compañeros que, formulada que sea la pregunta del título, podemos tratar de darle una respuesta afirmativa pensando, debatiendo, acordando y poniendo en marcha condiciones propicias en la realidad general y en nuestra interioridad, que hagan que la militancia política en el peronismo nos vuelva a enamorar y así contribuyamos a modificar esta Argentina decadente que nos duele cada día.

velapegna@yahoo.com.ar

febrero 12, 2008

SITUACIÓN DEL PERONISMO por Claudio Chaves

Por estos días el “peronismo de estado” se dispone a organizar el partido. Todo indica que lo presidirá el Doctor Kirchner y sus amigos. Los padrones del PJ no se actualizarán, no habrá re-afiliaciones pues como dice Kunkel “hacerlo implica que las elecciones internas se realizarán en el año 2009” y eso sería un disparate. De manera que como el gobierno está apurado, se hacen ya. A como sea.
No les preocupa la legitimidad de las futuras autoridades partidarias ni les quita el sueño su origen espurio puesto que los que participarán del “nuevo” PJ serán aquellos cuya representatividad ha sido otorgada por el voto ciudadano el 28 de octubre(Kunkel Debate 26/1/08). Así estamos según las últimas declaraciones de los responsables o irresponsables del nuevo armado.


HAGAMOS UN POCO DE HISTORIA

El peronismo nació de manera súbita. Se hizo presente de golpe. Inesperadamente. Precisamente el día que el Coronel arribó a la Secretaría de Trabajo desde donde desarrolló su obra de reivindicación social. Todo el año 44 fue su carta de presentación. En una gigantesca movida de realizaciones, decretos, leyes, encuentros, concentraciones y discursos, Perón, desplegó su programa y su proyecto. El tomo 6 de sus obras completas revela la formidable labor desarrollada por el Coronel en dicho año.

En los discursos y ponencias ante concentraciones obreras el lector puede hallar los fundamentos de lo que sería a futuro la doctrina peronista. Luego vino el 17 de octubre, movilización absolutamente espontánea, vale recordar y finalmente enancado en esa formidable ola popular, su triunfo electoral de febrero del 46 con el 54,8 % de los votos y un escasísimo ausentismo, como no se había dado hasta el momento lo que le daba a Perón una extraordinaria legitimidad.

El triunfo electoral se canalizó por medio de dos agrupaciones políticas y un partido. En una palabra tres boletas con el mismo candidato.
La Unión Cívica Junta Renovadora, los Centros Cívicos y el Partido Laborista, este último, fundado el 24 de octubre de 1945.
El 71% de los votos recibidos por Perón vinieron de la boleta laborista. Con estas fuerzas llegó al poder. Su primer Gabinete expresaba, aproximadamente, esta alianza.
Cuando faltaban pocos días para asumir, el 23 de mayo de 1946 Perón acompañado del vicepresidente, del gobernador de la provincia de Buenos Aires, algunos senadores y diputados lee por radio una proclama que entre otras cosas decía:

“Caducan en toda la República las autoridades partidarias actuales de todas las fuerzas que pertenecen al movimiento peronista.
Como Jefe, encargo en la fecha a los camaradas legisladores, que forman las autoridades (mesas directivas y presidentes de bloques) de ambas Cámaras legislativas nacionales, la organización de todas las fuerzas peronistas como Partido Único de la Revolución Nacional.”[1]

Se le hacía imperativo al Presidente Perón zafar del cordón de acero tendido por el proletariado. Para lograrlo había que disolver al laborismo que le había dado el 71% de los votos.
Al poco andar el Partido Único se transformó en Partido Peronista. Así de esta manera con funcionarios públicos elegidos en las elecciones del 46 y desde el centro del Estado nació esta nueva formación política. Esta impronta no se pudo olvidar jamás. Lleva la indeleble marca de ser una agrupación del poder y para el poder.
¿Es esto bueno? ¿Es malo? No se. Es así.
Tan importante fue el peso de los funcionarios del Estado en la construcción del partido que según su ubicación o escala en los cargos públicos su voz valía más a la hora de las decisiones partidarias. Veamos un ejemplo: Bustos Fierro, diputado por la Provincia de Córdoba fue uno de los elegidos por Perón para conformar el primer Consejo Superior del Partido. En una reunión convocada para discutir aspectos organizativos, el diputado cordobés fue señalado por los radicales renovadores como la voz autorizada para dar la opinión del grupo. Así lo hizo.

“De pronto el Senador Nacional Diego Luis Molinari (radicalismo renovador) pronunció una extensa y vehemente arenga, adhiriendo en lo sustancial a la tesis formulada por Mercante. Que contradecía lo acordado entre los radicales renovadores. Como el Senador Nacional, además de figura descollante, era Presidente del Bloque de Senadores y no aclaró que opinaba a título personal su discurso causó azoramiento y confusión”[2]

De este comentario se desprenden algunas cosas:
a) En la organización del novedoso Partido pesaban más las decisiones de aquellos funcionarios del estado ubicados en escalas más altas.
b) Y como ellos se ponían de acuerdo por encima de las identidades políticas previas.
¿Puede desprenderse el peronismo de esta marca de origen?
Durante los nueve años de gobierno el Partido Peronista no tuvo prácticamente vida propia.

“Los Consejos Superiores que se fueron sucediendo (invocándose siempre la razón de emergencia) presididos por Mercante primero, por Tessaire después y por Leloir en las últimas etapas no tuvieron otra fuente que la nominación designativa del Jefe de Partido”[3]

Entre muchas cosas esto determinó su parálisis e inacción frente al golpe del 55’.

“Lo cierto fue que tanto la organización como el aparato del Movimiento, a pesar de su frondosidad y su perfección formal demostró su inoperancia y debilidad y, salvo algunos casos aislados, su falta de previsión, de espíritu de lucha y de sacrificio para la acción en la adversidad”[4]

Perón vio el problema sin embargo no dijo nada, abordó el inconveniente sin nombrarlo. Las comunicaciones de Perón inmediatamente después del golpe hablan de la necesidad de organizar al pueblo que se halla absolutamente disperso, desorientado y en diáspora.
En una carta a Juan Garone manifiesta descorazonado:

“Hace cinco meses vengo luchando sin conseguir que el pueblo argentino se dedique a la resistencia civil”
“Esta falta de decisión para resistir a la dictadura ha surgido del hecho que los dirigentes estaban más inclinados a esperar un golpe de fortuna mediante los golpes militares (9 de junio de 1956) que por un trabajo metódico de resistencia”[5]

Aquí estaba su debilidad. No fue un partido construido para alcanzar el poder, fue fundado desde el poder para permanecer en él.
El retorno de Perón en el 73 conquistado por las luchas populares y los sindicatos reveló una vez más la inutilidad de ese estilo de construcción política. En la oposición el Partido no existía. Esa es la razón por la cual Perón, siendo Presidente por tercera vez, en su discurso del 1 de mayo de 1974 el día que echó a los Montoneros aseveraba:

“Yo quiero que el día del trabajador sea para rendir homenaje a esas organizaciones y a esos dirigentes, sabios y prudentes, que han mantenido fuerza orgánica”

Los sindicatos habían logrado lo que el Partido jamás alcanzó: fuerza orgánica.


EL RETORNO DE LA DEMOCRACIA

A partir de 1983 frente a la nueva realidad latinoamericana de retorno a la democracia y derrotado el peronismo en elecciones claras e inobjetables un proceso de democratización o renovación en búsqueda de los mariscales de la derrota culminó en la primera interna de este partido. Un intenso debate y encontronazos modificaron el perfil del partido. Ahora había que organizarse desde el llano para llegar al poder. Triunfante Menem en la interna ganó luego las elecciones nacionales. La década del 90 fue una novedosa experiencia partidaria para el peronismo que vio florecer internas provinciales y un profundo debate acerca de si debían ser abiertas o cerradas. La democracia partidaria era una realidad jamás vista en el peronismo. Las reformas del 90 generaban su correlato democrático en la vida partidaria.
Sin embargo el peronismo no pudo sobreponerse a su segunda derrota en 1999. ¿Quién fue en este caso el mariscal o los mariscales de la derrota? La respuesta va a depender según en que sector del peronismo
uno se pare.
El peronismo ya no guardaba una identidad compartida.
La contrarrevolución del 2001 avanzó en el sentido de los nuevos liderazgos latinoamericano del progresismo interventor. El triunfo de Kirchner en ese sentido marchó en la misma dirección que la corriente latinoamericana.

¿ES POSIBLE LA REUNIFACIÓN DEL PERONISMO?

La realidad argentina actual es diferente a la de los 90’. Un subido intervencionismo de estado asfixia la vida económica y corrompe a políticos, empresarios, dirigentes gremiales y el mundillo de intermediarios de la obra pública y de subsidios estatales. Un capitalismo de amigos en pos de la burguesía nacional nos retorna al pasado. Entonces se hace necesario una vuelta a la vieja vida partidaria. El gobierno nacional pretende una maquinaria política similar al del peronismo de origen. Como si Kirchner fuera Perón y la Argentina actual la del 46’. Construir un partido desde el poder y hablar de democracia y aggiornamiento es un disparate tal que no merece comentario.
Ciertamente la vieja cultura partidaria no ha desaparecido. Muchos cuadros políticos peronistas, posiblemente la mayoría, aceptarán el convite por esta inercia y por patéticas miserabilidades. ¡Al fin y al cabo las tradiciones y el pragmatismo tiran más que una yunta de bueyes.
Hay otro aspecto a señalar. En las últimas elecciones Cristina Kirchner ganó con el voto tradicional del peronismo social y el empuje de las estructuras políticas del peronismo existente. Esa novedad ha llevado al gobierno a plantearse la necesidad, no de reconstruir el partido, sino de maniatarlo y controlarlo desde el centro del Estado.
¿Qué debemos hacer la minoría que creemos y valoramos la democracia en la vida política y en la económica? ¿Irnos, participar o llamarnos a silencio en la espera de nuevos y mejores tiempos?
Si fuésemos capaces de construir una fuerte corriente en todo el país la respuesta sería muy sencilla.
La solución que ha encontrado el gobierno es dejarnos afuera o incorporarnos bajo su estricta tutela.



[1]Mackinnon, Moira: Los años formativos del Partido Peronista. Ed. Siglo XXI. Bs. As. 2002. Pag. 40
[2]Bustos Fierro, Raúl: Desde Perón hasta Onganía. Ed. Octubre 1969. Pag. 58
[3]Bustos Fierro, Raúl: Ob. Cit. Pag. 63
[4]Guardo,Ricardo: Horas Difíciles. Ed A Peña Lillo. Bs. As. 1963. Pag. 55
[5]Perón, Juan D.: Correspondencia T.1 Ed. Corregidor Bs. As. 1983. Pag. 34

febrero 07, 2008

EL PJ PARALELO

El Partido Justicialista es, a la vez, una institución política y una expresión cultural. Se trata de recuperar la institución política y de preservar, respetar y recrear su tradición cultural. En este sentido hay entonces dos tareas: una en el plano jurídico institucional, que consiste en la reorganización institucional del partido, según reglas democráticas, y una en el plano de discusión y recreación de esa tradición. Desde el gobierno y desde el aparato político kirchnerista se puede intentar condicionar la reorganización institucional, por medio de diversas trampas o por el simple peso del poder del Estado y de su inagotable billetera para comprar voluntades y votos, pero lo que desde el oficialismo no se puede hacer, es frenar la reorganización cultural del justicialismo.

Nada sino la renuncia a organizarse de los mismos dispersos miembros de las diversas corrientes opositoras a Kirchner, será lo que detenga este proceso de recuperación de la tradición y de renovación de la política por medio de la discusión. Como bien dice Pascual Albanese en su comentado artículo Peronismo y democracia: “Hacia adentro del peronismo, el objetivo es llegar a conformar una “masa crítica” dotada de poder suficiente como plantarse seriamente como una alternativa real al oficialismo. Esto implica generar un amplio espacio de coincidencias, capaz de atraer a todos los dirigentes y sectores políticos y sindicales que no comulgan con el proyecto oficial de vaciamiento del peronismo”. La construcción de un PJ paralelo, con una expresión virtual en Internet como punto de encuentro y referencia, es posible y recomendable, y sólo depende de aquellos dirigentes y militantes que asuman su inalienable derecho a la absoluta libertad para hacer y crear.

En este momento hay dos posibles PJ: el del oficialismo cerrado a una posible institucionalización democrática y el de una oposición que, mientras busca el momento y las condiciones para regresar a la institución, puede crecer y desarrollarse en total libertad y en pleno uso de sus facultades creativas políticas; entre ellas la de una depuración de los padrones. Un día, esperemos que no muy lejano, ambos PJ serán uno solo: el Partido Justicialista institucional, tradicional y democrático. “La organización vence al tiempo”; en este caso, lo que vencerá al tiempo será la oposición organizada.

febrero 02, 2008

MILITANDO POR UN SUEÑO

Así como los Kirchner han ido variando su idea de partido, yendo del Frente para la Victoria al sueño de un PJ propio, cada argentino, peronista o no, tiene su propio sueño acerca de cómo debería ser el nuevo Partido Justicialista y a quién debería representar.

"Yo tengo un sueño". La frase de Martin Luther King, repetida rítmicamente en el más famoso de sus discursos, siempre viene al caso en toda etapa seminal. Los sueños cuentan. Los sueños hacen.

Mi sueño es que el Partido Justicialista se convierta en un partido democrático con muchas líneas internas que expresen las diferentes tradiciones conservadoras, las anteriores al peronismo, las del peronismo más ortodoxo y la de la síntesis peronista-liberal, que expresa el progresismo modernista opuesto al estatismo centralista y socialista de, por ejemplo, los Kirchner.


Es un sueño relativamente novedoso, porque si bien tenemos la experiencia de los 90 de Menem-Cavallo, en la cual esa alianza funcionó con eficacia durante un tiempo, nunca hemos hecho el trabajo de construir a conciencia un partido común que blanquee y solucione por fin el conflicto histórico que ha originado la persistente carencia de una jerarquizada dirigencia política. El peronismo debe obligatoriamente concluir con su reemplazo de las elites conservadoras del pasado, ya que éstas, diluidas por el mismo peronismo y por la fuerza de la historia, no pueden ser ya alternativa y, abandonado el rol de enemigas, sólo les cabe el de socias.


El actual remanente de dirigentes peronistas vivos puede cumplir con esta misión histórica o no. El sueño puede convertirse en realidad o no. Todo depende de cómo los argentinos interesados en la vida política puedan absorber este desafío. Nos encaminamos hacia un sistema nítidamente bipartidista. El otro partido será, sin duda, el radical, con su tradición opositora de desafiar al peronismo en tanto encarnación de una elite popular y democrática. El peronismo encarnado en su más amplia dimensión filosófica, cultural e histórica, el justicialismo, permitirá al radicalismo una equivalente redefinición ampliada de sus metas filosóficas, culturales e históricas.

Comparativamente, y para tomar como ejemplo los países que están en el origen de esta formulación de sistema bipartidista, se puede decir que el Partido Justicialista debería ser el equivalente del Partido Republicano en los Estados Unidos y del Partido Conservador en Gran Bretaña, y el Partido Radical, el equivalente del Partido Demócrata en los Estados Unidos y del Partido Laborista en Gran Bretaña. El problema a resolver es que quien aspira hoy a reorganizar y dominar el Partido Justicialista tiene el sueño exactamente opuesto.

Estos años anárquicos en lo político han dejado un saldo creativo riquísimo que aún no luce porque no ha encontrado su forma institucional. Hay más de un sueño activo y las preguntas para este foro son: ¿Qué estamos soñando? ¿Cómo imaginamos el sistema bipartidista? ¿Cuál es la identidad institucional del Partido Justicialista que mejor servirá a la Argentina?

febrero 01, 2008

LA REORGANIZACIÓN DEMOCRÁTICA DEL PARTIDO JUSTICIALISTA por Víctor Eduardo Lapegna

Para reconstruir una comunidad organizada en la que los argentinos volvamos a creer en la Argentina y en nosotros mismos, una de las condiciones es restaurar la existencia de partidos políticos que vuelvan a reunir a millones de compatriotas dispuestos a protagonizar en ellos lo que el general Juan Domingo Perón definía como "la lucha por la idea".

Esa “lucha por la idea” y la participación de los afiliados en las decisiones fueron reemplazadas en todos los partidos políticos argentinos por caudillismos personalistas, que excluyen a los afiliados de toda participación en la toma de decisiones y tienden a reducir a esos partidos a la pobre condición de sellos utilizables en operaciones electoralistas para difundir imágenes y mensajes empobrecidos entre un electorado degradado de la condición de pueblo a la de opinión pública.

La reducción de la política a unos cínicos procedimientos vacíos de ideas, de valores y de sentido trascendente, que son practicados por una corporación oligárquica que busca mantener el control sobre la sociedad y servirse del poder como un objetivo en sí mismo; es uno de los principales motivos del descreimiento que la política suscita en nuestro pueblo en general y en las generaciones jóvenes en particular.

Esos vicios funcionales de los partidos políticos causan graves fallas en los procedimientos de selección y elección de los representantes, influyen en la baja calidad de los servicios que los gobernantes brindan a la sociedad y aumentan el descontento hacia la política en general que, durante la crisis del 2001, se expresó en la consigna que reclamaba “que se vayan todos”.

Como no podía ser de otro modo y según se puede constatar en el escenario del poder político actual, lejos de irse casi todos se quedaron y la irresuelta crisis del sistema de representación institucional y de los partidos políticos buscó ser procesada por todos y cada uno de los diversos sectores e intereses que conviven y compiten en nuestra sociedad tratando de obtener sus reivindicaciones e incidir en su favor en los sistemas de toma de decisiones, recurriendo a los siguientes procedimientos básicos:
  • Lograr un acceso personal y directo a quienes dirigen esos centros de toma de decisión e influir sobre ellos a través de diferentes vías informales y en muchos casos ilegales o ilegítimas (que van desde el soborno a la extorsión), en lo que se suele designar con el término inglés “lobby”.
  • Movilizarse en las calles y ocuparlas con el mayor escándalo posible, para exponer los reclamos sectoriales y presionar a los poderes institucionales, aprovechando el generalizado incumplimiento de las leyes destinadas a resguardar el orden público.
  • Utilizar a los medios de comunicación masiva para generar opinión en favor de intereses y ambiciones parciales y presionar sobre los decisores, que dependen del favor de esa opinión pública para conservar sus posiciones.

Es cierto que, mutatis mutandi, estos métodos también son de uso habitual en las democracias maduras, pero no es menos cierto que en ellas los gobernantes suelen tener representatividad, poder y autoridad reales por cuanto accedieron al gobierno a través de procedimientos de selección y elección participativos y democráticos y están sometidos a cierto grado de control de parte de sus representados y por tanto esos procedimientos son complementarios de los medios institucionales a la hora de influir en los titulares de los poderes ejecutivos, legislativos y judiciales de los niveles locales, provinciales y nacionales.

En cambio, la Argentina de hoy, lo que se busca por esas vias es incidir de forma directa sobre quienes ocupan los poderes ejecutivos, legislativos y judiciales en los niveles locales, provinciales y nacionales; dado que los sistemas institucionales no atienden ni expresan las demandas sectoriales y que muchos de los representantes surgen de mecanismos de cooptación oligárquicos, por lo que carecen de representatividad, autoridad e idoneidad, aunque dispongan del poder y reúnan condiciones de legalidad y legitimidad formales.


La ineficiencia, la baja calidad y los casos de corrupción de los representantes y los partidos políticos argentinos suelen ser señaladas en tono crítico, sobre todo desde espacios sociales no involucrados en forma directa y evidente en el mundo político, como el periodismo, los círculos académicos, los ámbitos empresarios y las llamadas organizaciones no gubernamentales .


A esos críticos externos se les podría recordar una letrilla que decían los españoles en tiempos de la lucha con los moros: “vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos / que nada pueden los buenos / si no son más que los malos”.


Porque si es verdad que en los últimos años la baja calidad de los partidos políticos, de sus dirigentes y de los representantes surgidos de ellos explica el extendido rechazo popular a la política; también es verdad que la renuencia popular a involucrarse en la vida partidaria facilita los manejos oligárquicos del caudillismo político, con lo que se acentúa el deterioro de la calidad de los partidos y los sistemas de representación.


Se estableció así un circulo vicioso en el que los defectos de la vida política ahuyentan de ella a las buenas personas, pero la ausencia de buenas personas en la vida política agudiza sus defectos, de lo que resulta el deterioro general del sistema democrático y de la calidad de vida de todos los argentinos.


Para salir de ese círculo vicioso, reivindicar a los partidos políticos y reconciliarlos con la sociedad, una de las condiciones es que los peronistas – que somos aproximadamente a un 35 por ciento del electorado argentino - asumamos nuestras indelegables responsabilidades de cara a la situación política nacional.


Se trata de construir un ámbito propicio para que los peronistas “esclarezcamos nuestras discrepancias y, para hacerlo, no transportemos al diálogo institucionalizado nuestras propias confusiones; limpiemos por dentro nuestras ideas primero, para construir el diálogo social después”, siguiendo el lúcido consejo que nos daba Perón hace más de 30 años.

Evitaríamos así lo que sucedió en las elecciones presidenciales del pasado 28 de octubre, que ya ocurrido en las del año 2003, en las que los peronistas trasladamos “nuestras discrepancias” internas al plano del “diálogo institucionalizado” que son las elecciones generales y aparecimos ante la ciudadanía con varias candidaturas, todas definidas como “justicialistas” pero diferentes y enfrentadas entre sí, con lo que - por decir lo menos - se generó un alto grado de confusión en la instancia en la que el pueblo ejerce su soberanía.

Para empezar a superar esa confusión y sobre todo para restaurar la calidad del sistema político argentino y dotarlo de efectiva autoridad para contener, expresar y sobre todo armonizar las legítimas y diferenciadas ambiciones e intereses de los sectores que componen nuestra comunidad en función del bien común, el primero y principal paso necesario es la reorganización democrática del Partido Justicialista.

Sabemos que hay quienes dicen que la tarea pendiente es reconstruir el Movimiento Nacional Justicialista y que sería un error distraerse de esa misión para dedicar esfuerzos a restablecer al partido, al que se considera un mero instrumento electoral.

Por nuestra parte seguimos creyendo en la 8ª. Verdad del peronismo que señala que “en la acción política, la escala de valores de todo peronista es la siguiente: primero la patria, después el movimiento y luego, los hombres” y también en la 9ª. Verdad que afirma que “la política no es para nosotros un fin sino sólo un medio para el bien de la patria, que es la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional”.

Pero estamos convencidos que el mejor modo de servir a los legítimos intereses y ambiciones de la patria, del movimiento y de los hombres – en ese orden – es hoy promover la reorganización democrática del Partido Justicialista de un modo que ayude a volver a encender la esperanza y la voluntad participativa en muchos miles de compañeras y compañeros, alejados hoy de toda participación política y concentrados en su vida personal, familiar o laboral, que hasta no hace tanto tiempo fueron activos militantes de la causa peronista.

Un camino virtuoso de reorganización del PJ podría inducir a que muchas compañeras y compañeros revisen la postura de distanciamiento que se expresa diciendo “yo no me meto en política, yo soy peronista”, en tanto se pruebe que hay una política auténticamente peronista en la vale la pena meterse.

Valga recordar que los ejemplos de Perón y Evita - quienes a partir de 1945 dedicaron sus vidas a servir al pueblo y a la patria a través del pensamiento y de la acción política – que fueron seguidos por miles de compañeras y de compañeros que practicaron y practican una concepción virtuosa de la política, según lo prueban con el testimonio vital de una militancia dedicada al servicio a los otros, brindado desde los espacios institucionales de poder o fuera de ellos.
Para iniciar la reorganización democrática del Partido Justicialista, al menos en el plano instrumental, bastaría con que se adopten las siguientes medidas, tan sencillas como concretas:
  • Convocar a la reafiliación al Partido Justicialista en todos los distritos del país y elaborar así nuevos padrones provinciales y nacionales que sean reales y transparentes.
  • Conformar una Junta Electoral en la que estén debidamente representadas las diversas corrientes internas del peronismo.
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  • Llamar a elecciones internas de autoridades partidarias y de congresales nacionales, provinciales y de distritos, mediante el voto directo de todos los afiliados incluidos en los nuevos padrones.
  • Reunir a los congresales provinciales y nacionales electos en esos comicios internos, para definir la línea política del Partido Justicialista y actualizar sus normas orgánicas.


Esas medidas pueden llevar a la reconstrucción de un Partido Justicialista con padrones depurados; cuyos afiliados decidan quienes son sus dirigentes y candidatos en elecciones internas libres; con una organización y un funcionamiento democrático que permita a sus integrantes participar con libertad y posibilidad de decisión en la definición de sus líneas políticas, su plataforma y sus programas; en el que se respete la conducción ejercida por quienes tienen la mayoría y se de representación a las minorías; que desarrolle actividades permanentes y serias de capacitación doctrinaria y política; todo lo cual abriría camino a una democracia mucho más sólida y verdadera.


Un Partido Justicialista así reorganizado ordenaría los enfrentamientos internos y podría acotar las postergaciones, los resentimientos y los reclamos que se generan en cada cierre de listas en todos los niveles, provocados por el hecho que la definición acerca de quienes son los candidatos a cargos electivos y quienes quedan afuera resida en la decisión subjetiva de quienes ejercen una conducción circunstancial, no surgida de elecciones internas claras y transparentes.

El único “dedo” que los peronistas aceptábamos a la hora de definir candidaturas era el dedo de Perón y la prueba de ello es que desde la muerte del General hasta hoy sólo hubo un candidato presidencial dotado de legalidad, legitimidad y autoridad para todos los peronistas y ese candidato fue Carlos Menem, después de ganar las elecciones internas de 1988.

Así, al menos en lo concerniente al PJ, se estaría así cumpliendo con artículo 38 de la Constitución Nacional que dispone que: “Los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático. Su creación y el ejercicio de sus actividades son libres dentro del respeto a esta Constitución, la que garantiza su organización y funcionamiento democráticos, la representación de las minorías, la competencia para la postulación de candidatos a cargos públicos electivos, el acceso a la información pública y la difusión de sus ideas.”