Escenas de un matrimonio
por Jorge Raventos
¿Puede la estrecha convivencia mantener siempre fuerte
y armoniosa la relación de una pareja o, por el contrario,
deteriorarla y provocar la ruptura? Los últimos hallazgos
en el campo de la química cerebral indican
que ambas cosas son posibles. Si una pareja no logra
superar los escollos de las distintas etapas
del matrimonio, quizá acabe por separarse.
Michael Gurian, La química del matrimonio feliz.
Después de haber sufrido un durísimo e inesperado revés en el Senado, que se sumó a la derrota padecida el martes 15 en la calle, y tras haber sopesado febrilmente durante largas horas del jueves 17 la posibilidad de presentar la renuncia al cargo, como le aconsejaba su cónyuge, la presidente Kirchner aterrizó en Resistencia, asistió a un acto público meticulosamente preparado por Jorge Capitanich y decidió no hacer ningún comentario sobre aquellas circunstancias, que no sólo habían mantuvieron en vela a ella y a su marido, sino a una inmensa legión de argentinos que batieron los records de audiencia televisiva para horas de madrugada. Siempre bien arreglada, la señora se dirigió a los chaqueños (mejor dicho, a las cámaras de televisión) con una sonrisa y un discurso muy apropiados para cualquier otro momento. El único detalle que delató la procesión interior de la dama fue el uso del verbo "traicionar".
Es sabido, el matrimonio presidencial se siente íntimamente traicionado. En primer lugar por el vicepresidente Julio Cleto Cobos, y apenas atrás de él, por los exponentes más connotados del peronismo en la Cámara Alta (ex gobernadores como Carlos Reutemann, Juan Carlos Romero, Rubén Marín) por no hablar de algunos de la Cámara Baja, como Felipe Solá, ni de muchos que ni siquiera están en el Congreso, empezando por Jorge Busti y Eduardo Duhalde.
El gobierno considera tener méritos ganados para ser juez sobre traiciones. Al fin de cuentas, ¿no fue el oficialismo el que alentó ese fenómeno llamado borocotización? ¿No fue el oficialismo el que le dio el esquinazo a Eduardo Duhalde y lo bautizó Don Corleone después de beneficiarse con su respaldo y poco antes de birlarle el aparato político que en las horas previas vituperaba? Verdaderamente, idoneidad en materia de traición no escasea en ese espacio.
Sin embargo, las interpretaciones oficiales en esta ocasión se deben menos a aquella abultada experiencia que a su propensión inveterada de echar a otros la culpa de sus desgracias. Para peor, de desgracias que ni siquiera son confesadas como tales.
El viernes 18, la señora de Kirchner recibió en Olivos a los legisladores que el matrimonio juzga (hasta el momento, al menos) leales. Les habló y, según el fiel testimonio del jefe del bloque oficialista de senadores, Miguel Pichetto, la presidente "nos felicitó a todos.No consideró de ninguna manera que tuviéramos una derrota". El rostro y la tensión corporal del propio Pichetto en los instantes previos y posteriores a la votación en la Cámara Alta, que la televisión repitió durante horas, manifestaban la realidad de la situación con una elocuencia y una crudeza que el relato presidencial púdicamente oculta.
En rigor, el oficialismo no tuvo "una derrota": tuvo al menos dos. La primera había ocurrido el martes 15 en la calle. Forzando al máximo a que exhibieran su musculatura gremios afines, intendentes leales y organizaciones piqueteras subsidiadas, el oficialismo movilizó ante el Congreso apenas un tercio (o menos) de concurrentes que los más de 200.000 que asistieron en Palermo, frente al Monumento a la Constitución, a la cita de las organizaciones del campo. Esa derrota no es un detalle insignificante: el kirchnerismo asentó durante mucho tiempo su poder en el doble eje: disciplinamiento por la caja y control de las calles. La Argentina interior y la opinión pública de las ciudades se sumaron, primero en Rosario y ese día en Buenos Aires para clausurar la etapa del control callejero por parte de Kirchner. El disciplinamiento empezó a hacer agua tan pronto el campo empezó a movilizarse y levantó la bandera del federalismo fiscal: se hizo transparente que el uso de la caja por parte del gobierno central estaba ahora en debate y que en adelante habrá que buscar soluciones más allá del centralismo confiscatorio.
Alegar que no hubo derrota y buscar conspiradores tras los cortinados denota una gran confusión, un mal diagnóstico. Los amigos del gobierno deberían recordar el dictamen que ocho siglos atrás emitió Alfonso el Sabio : quienes" merecen pena como traidores" son "los que dejan al rey errar a sabiendas".
Néstor Kirchner, que había alzado la voz el martes 15 en el Congreso, calló después de la aciaga madrugada en que el proyecto oficial expiró por un voto. Pero a juzgar por lo que ha trascendido de sus acaloradas discusiones en Olivos hay algo sobre lo que él no se equivocó. El no se engaña pensando que no sufrió una derrota: la reconoció hasta tal punto que sólo se le ocurrió, como medicina extrema para (quizás) conjurarla, que su esposa renunciara a la presidencia para (eventualmente) fortalecerse a través de algún "operativo clamor".
Kirchner parece convencido de actuar según el lema que verbalizó la semana última (adjudicándoselo muy equivocadamente a Hipólito Yrigoyen, aunque se trata de una ocurrencia de Leandro Alem): "Que se rompa pero no se doble". Pichetto, senador fiel, repitió la consigna como aperitivo antes de beber la cicuta del voto de desempate.
Lo que su análisis le revela a Kirchner es que el gobierno, tal como él lo concibe( es decir, el imperio sobre todo lo relevante), murió después de las últimas caídas. Que a partir de ahora el kirchnerismo deberá compartir las decisiones con el Congreso, con un peronismo que se ha encabritado, con una oposición que busca homogeneizarse. Que deberá limitarse ante el examen riguroso de la opinión pública y de la prensa. Que deberá negociar con sectores a los que antes podía imponerles decisiones.
Curiosamente, ese análisis, basado en la idea de que ya se había impuesto "la atmósfera destituyente" que detectaron sus intelectuales de cámara, terminaba para él en una conclusión (la necesaria renuncia de su esposa) que, al revés, confirmaba la generalizada impresión de que el mayor destituyente en ejercicio termina siendo él mismo.
Ni el diagnóstico ni la jugada táctica propugnada por Kirchner sedujeron a su esposa: no la atrae la idea de quedar "en letras de molde" como una especie de Chacho Alvarez en la categoría de los presidentes; desconfía del presunto "clamor" que invoca su marido: después del cuarto de millón de personas que movió el campo, ¿cuántas habría que movilizar para que una presidente renunciante se dejara
persuadir y retirara su dimisión? Ella no usó la frase de Jauretche, pero la conoce: esa estrategia con la que su querido Néstor la mandaba a ella al frente, seguro que le evocó aquel "batallón de empujadores Anímémonos y Vayan" al que aludía don Arturo en casos parecidos. Así, aunque durante unas horas el esplín post-senatorial la condujo a aceptar la mirada melancólica de Néstor, tuvo después una reacción y convocó en su ayuda a algunos de sus leales, desde Alberto Fernández hasta Agustín Rossi. Todos se alarmaron ante la táctica de romperse y no doblarse: había muchas cosas trascendentes que defender para abandonar el barco o jugarlo con una moneda al aire. "Ya hicimos varias de esas jugadas y las estamos pagando", comentó uno de los leales (en una audacia interpretativa que, de continuar, puede empujarlo más rápido que despacio al campo de la traición, tal como se ven las cosas en Puerto Madero).
Los leales se inclinaron, con distintos matices, por poner al mal tiempo buena cara, desensillar hasta que aclare y sobre todo, no renunciar. Es decir: acudieron en defensa de la presidencia de la señora de Kirchner. Pero, ¿en defensa ante cuál ataque? ¿Cuánto tiempo tardará Néstor en descubrir que es de él de quien la defienden o, para decirlo con más precisión, de su lema alemista?
En verdad, la señora ha de estar sorprendida de la cantidad de gente de todas las posiciones (entre ellos, queda dicho, muchos de sus leales) que se han lanzado al ruedo a defenderla y a darle consejos que, en general, avanzan en el sentido de que tome distancia de su esposo. No se trata de asesoramiento de carácter conyugal, sino de consejos políticos: "la imagen de él la daña,
haga que él no hable, que no participe en las decisiones", etc.
Se trata de consejos bienintencionados, sin duda, que describen sin embargo un paisaje improbable: el del divorcio (litigioso o de mutuo acuerdo) de una sociedad política en la que la autoridad hegemónica pertenece a Néstor Kirchner, por más que la legitimidad institucional pueda estar asentada en ella. Cuando Kirchner piensa en su renuncia (de ella) se adelanta a una jugada que está a la vista: que se establezca una cuña entre ambos. Para él, ese es el final de los dos, porque sabe o cree que sin la poca o mucha autoridad que él ostenta, ella estará perdida, vaciada del "proyecto compartido".
Como el espacio siempre parece infinitamente divisible, las diferencias de criterio se han procesado hasta este fin de semana por un camino intermedio, sin romperse y tratando de doblarse lo menos posible. Es decir, en una suerte de conciliación al menos temporal entre el criterio del cristinismo y el de NK. Así, en sustento de la actitud de los cristinistas moderados , la presidente pareció aceptar la voluntad del Congreso y el viernes dejó sin efecto las retenciones móviles. Pero lo hizo a través de una norma sui generis, de espíritu ampliamente "nestorista", que retiene en sus considerandos el tono guerrero de los últimos cuatro meses y, sobre todo, no deroga la resolución 125, instruye al ministro de Economía para que "en uso de sus facultades limite la vigencia de la resolución 125". Es decir, ratifica esas facultades de fijar tributos que el Poder Ejecutivo se arroga y que la mayoría de los juristas considera inconstitucional. Al ratificar esas facultades, deja pendiente la amenaza de volver aplicar esas retenciones cuando considere que las circunstancias políticas se lo permiten, ya que en los considerandos mantiene "las convicciones de la adopción de un sistema de derechos de exportación variables o móviles" y explica que ahora se dejan sin efecto hasta que puedan analizarse "con instituciones exentas de presiones" pues ahora fueron discutidas "en un marco de agresiones y presiones de todo tipo". Se trata de una declaración que, por ilusorio que ello parezca, anuncia que volverán a las andadas tan pronto como sea posible.
El conflicto, pues, no ha concluido. El campo sin duda tendrá que avanzar en el plano judicial para conseguir en ese terreno la derogación de la 125. Ahora, con la votación del Senado consumada, a la Corte le resultará menos conflictivo decidir lo que casi todos los constitucionalistas consideran obvio: que se trata de una norma inconstitucional. Si Cobos hubiera votado diferente o hubiera aceptado la presión del gobierno para que se ausentara (una presión que intentaron antes con otros miembros del Senado), si el oficialismo hubiera triunfado, la Corte habría tenido que chocar no sólo con el ejecutivo, sino también con el Congreso. Es posible que en esas condiciones dejara pasar mucho tiempo antes de arbitrar. Cuando el tema de la 125 sea tratado por la Corte y cuando esta se pronuncie sobre los reclamos presentados por la provincia de San Luis, el gobierno sufrirá su tercera derrota en este mismo asunto.
Sin dudas Néstor Kirchner ha sido el gran organizador de estas derrotas.
Es también la fuerza dominante, la soga más fuerte que sostiene al actual gobierno.
Es lo que hay, para bien o para mal de su esposa. No sólo de ella.
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