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Panorama político nacional de los últimos siete días

La fábula de los
dos Comandantes

por Jorge Raventos


La primera vez que me engañes la culpa será tuya;
la segunda vez, la culpa será mía.
Proverbio árabe

Si se requería una prueba irrefutable del descrédito alcanzado por la palabra del gobierno, basta analizar lo ocurrido con el misterioso encuentro entre Fidel Castro y la señora Cristina de Kirchner en algún lugar de La Habana, cuando ella ya estaba a punto de dejar la Isla en busca de otro comandante. Una ola de mordaz escepticismo rodeó la afirmación de la dama de que el contacto, tardío y todo, se había efectivamente producido. Hizo falta que –dos días más tarde- apareciera una fotografía destinada a testimoniar ese instante fugaz, para que la afirmación de la presidente de la Argentina fuese reticentemente admitida. La propaganda oficial se apresuró a colgar la foto en Internet (retrato de artista veterano, esforzándose en mantener la mirada firme, acompañado por admiradora en tailleur color salmón) y hasta distribuyó un video del instante en que la señora exhibe ese esperado trofeo a sus acompañantes, ya en la ciudad de Caracas.


La moraleja de la fábula habanera dice que pocos creen lo que afirma el oficialismo y hasta la exhibición de pruebas genera sospechas. Ciertamente, el matrimonio reinante cosecha lo que ha sembrado: desde aquella célebre instrucción que Néstor Kirchner les regaló a los empresarios españoles en Madrid en una de sus primeras giras ("No tomen en cuenta lo que digo, sino lo que hago") hasta esa opera magna de la ficción que son las estadísticas del INDEC, que difunde como si fueran palabra santa, el gobierno se ha empeñado tercamente en dinamitar su credibilidad jugando al pastor mentiroso.


Hace unos días, Beatriz Sarlo comentó el tema en una penetrante columna del diario La Nación: "Las mentiras –advirtió- pueden ser prudentes o imprudentes, según sea su verosimilitud, es decir, su capacidad retórica de convencer. La de Kirchner respecto de los datos de la inflación indica que se siente desligado de un principio de verosimilitud y que, por lo tanto, puede decir cualquier cosa". En rigor, esa actitud contamina todo el relato oficial e induce a sospechar de todo, inclusive de lo que puede parecer evidente.


En cualquier caso, y para agravar la situación, la reunión de la señora de Kirchner con el Comandante Castro distaba de pertenecer al mundo de lo obvio. Ni la señora ni su comitiva, ni el jefe de su diplomacia podían dar garantías de que el encuentro iba a producirse. La lipotimia que una semana antes había frustrado el viaje original apenas alcanzaba a disimular que el viaje a Cuba en ese momento no tenía aún ningún rédito visible para la presidente: no le garantizaban su ansiada foto con Castro y además le rechazaban cualquier tratamiento público de la cuestión general de los derechos humanos, de los conculcados derechos políticos de los disidentes del régimen castrista, de la situación de los presos de conciencia y, más que otra cosa, le vedaban cualquier reunión con la señora Hilda Molina, abuela de dos nietos argentinos que reclaman desde Buenos Aires la unificación familiar.


La señora de Kirchner, que como su esposo prometió no dejar sus principios en el umbral de la Casa Rosada, se mostró más dispuesta a olvidarlos en el aeropuerto de La Habana y acató todos los silencios que le impuso el régimen cubano. Las viajera hizo difundir el concepto de que el ceremonial y la etiqueta no permitían que recibiera a disidentes políticos ni que hablara sobre el caso (o con) Hilda Molina, evidenciando así que el kirchnerismo se ata mejor a los protocolos como huésped de Castro que como anfitrión de un presidente norteamericano. Los Kirchner no tuvieron esos mismos pruritos ni ese espíritu versallesco cuando organizaron con Chávez la llamada "contracumbre" para hostigar a George W. Bush en Mar del Plata. El comportamiento reveló también que para la señora de Kirchner los derechos humanos no son un principio universal, sino fundamentalmente una consigna de uso doméstico.


Pero la visita a La Habana transcurría sin novedades apasionantes. La señora asistía a reuniones universitarias y escuchaba la charla de Raúl Castro, que en el cincuentenario de la Revolución tiende prudentemente a desplazar aquellos fervores románticos de la Sierra Maestra por inquietudes eficientistas. La señora ya había obtenido cincuenta fotos con el hermano vicario, pero le faltaba la estampita con el Hermano Grande. Los teléfonos repicaron entre La Habana y Olivos transmitiendo la angustia presidencial, el riesgo de renovadas lipotimias. Los teléfonos conectaron a Olivos con Caracas: Chávez tenía que conseguir la foto póstuma, para algo era un amigo. Al fin de cuentas, el viaje a Venezuela en la semana de la asunción del nuevo presidente estadounidense implicaba una renovada colaboración con la causa bolivariana.


Es sabido que, pese al derrumbe actual del precio del petróleo, la billetera de Chávez le sigue garantizando vara alta en el continente, inclusive con el régimen cubano. Al menos mientras sobreviva Fidel. La ayuda venezolana sigue siendo importante para la economía de la Isla, aunque la crisis la encoja y la promesa de Barack Obama de facilitar los giros de residentes cubanos en Estados Unidos y aflojar el embargo termine relativizando su importancia. Por momentos parece que esa ayuda le hubiera bastado al venezolano para comprar llave en mano algunas palancas de la política cubana, entre ellas la comunicación oficial sobre la salud de Fidel Castro.


Al parecer una gestión de Chávez ante el mismísimo Comandante terminó allanando lo que la señora consiguió en La Habana: una foto rápida tomada por un custodio del doctor Castro (la dama no pudo llevar comitiva a la cita, y menos que menos a su chasirete personal) y un texto inverosímil que el Granma publicó con la firma de Fidel, donde se misturaban comentarios sobre Obama con descripciones del vestuario de la señora de Kirchner. Misión cumplida. Ahora sólo quedaba esperar la copia en 18 por 24 y dedicar dos jornadas a hacer de partenaire del buen amigo bolivariano (el video que eterniza ese show ya triunfa en YouTube).


¿Valía la pena esa gira, en esa oportunidad, para los resultados obtenidos?


Se han oído críticas por la idea de visitar a Castro y a Chávez precisamente cuando el mundo contemplaba lo que se ha definido como el nacimiento de una nueva era en los Estados Unidos con la asunción de Barack Obama. Esas críticas son exageradas y no dan en el blanco. Es cierto que la señora debía haber viajado una semana antes y la lipotimia le arruinó el traslado; no es menos cierto que, puesto que se había producido la postergación, bien podía Buenos Aires saltearse otra semana y eludir la competencia con los acontecimientos de Washington. Es verdad, asimismo, que hay asuntos urgentes que tratar en la Argentina, como la situación del campo, sometido a la doble maldición de la sequía y el castigo oficial, o la de una industria frenada que suspende o despide operarios y los pone ante la disyuntiva del desempleo o la baja de salarios. Pero aunque la ocasión no haya sido la mejor, no es la visita la que provoca el aislamiento internacional de la Argentina, sino más bien, a la inversa, es el aislamiento lo que impulsa a esas visitas y nubla la visión en cuanto a la elección de oportunidades.


La difusión planetaria de la asunción de Barack Obama como presidente número 44 de los Estados Unidos funcionó como gran telón de fondo de las vicisitudes del viaje de la señora de Kirchner. El mundo, junto a sus propios compatriotas, le otorgó un crédito amplio al joven mandatario, americano de primera generación, hijo de un africano: se lo juzga un líder natural, que en un momento de honda crisis viene a proyectar la fuerza de los Estados Unidos con un espíritu de concordia y diálogo y un estilo seductor y moderno.

Inevitablemente ese modelo incidirá en la opinión pública de otros países, valorizando a líderes de rasgos análogos y depreciando a quienes representen estilos agresivos, autoritarios, vulgares y capciosos. Hasta un asesor de imagen de Néstor Kirchner, Fernando Braga Menéndez, subraya que "agranda la figura de Obama" la comparación con "un tipo pendenciero, desafiante y violento". Esta descripción de Braga no alude a figuras locales, claro, sino a George Bush, pero sirve como modelo general.


¿Fue útil para los Kirchner, en términos de imagen, reiterar su exposición junto a Chávez cuando la comparación con el flamante modelo Obama estaba tan a mano para la opinión pública? Puede parecer una pregunta astuta, pero en realidad se trata de una pregunta desubicada. Los Kirchner no eligen una cosa u otra: son más bien empujados por la física de la política al espacio donde su naturaleza los ubica. Pueden hablar de asuntos celestiales: de derechos humanos, de progresismo, o de justicia distributiva, por ejemplo. Pero, siguiendo la paradójica enseñanza de Néstor Kirchner, antes que atender a sus palabras, hay que juzgarlos por sus actos. En efecto, son las conductas las que no engañan.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Dos días? Ni siquiera son eficientes para hacer el Fotoshop...