AUNQUE SEA CON MULETAS
por Jorge Raventos
El martes 2 de septiembre, ante un Salón Blanco colmado de industriales y cortesanos (sin excluir a algunos que misturan ambas calidades), Cristina de Kirchner fue aclamada cuando anunció que había ordenado cancelar en un solo pago, con reservas del Banco Central, la totalidad de la deuda argentina concentrada en el Club de París, un foro informal de países acreedores que reúnen y negocian desde allí obligaciones y deudas que ciertos estados dejaron caer. Aunque la presidente mencionó un monto de 6.706 millones de dólares, la cifra fue corregida (hacia arriba y en mil millones de dólares) por los funcionarios de la Tesorería francesa que actúan como administradores del Club.
Más allá de los ineludibles aplausos del público congregado en la Casa Rosada, hubo expresiones de buena voluntad que la prensa argentina más influyente derramó un día más tarde y también elogios que llegaron desde algunas cancillerías, en particular desde el Departamento de Estado. Probablemente haya que interpretarlas como un premio consuelo y también como un esfuerzo por no agravar la notable vulnerabilidad que exhibe el gobierno kirchnerista.
Es que, en rigor, el anuncio -presentado al estilo de esta administración como un gesto de autonomía y poder- constituyó una nueva muestra de retroceso e improvisación. Hasta apenas tres días antes el gobierno seguía desmintiendo cualquier arreglo ("no es una prioridad", era el argumento al uso). Y si bien es cierto que habían ocurrido algunas conversaciones de aproximación con el Club de París (con Martín Redrado y algunos funcionarios del área de Finanzas como protagonistas), esas charlas exploraban la vía –más que razonable- de un acuerdo con refinanciación de la deuda, no el pago completo con recursos del Banco Central que informó la presidente. Aquella vía era resistida por Olivos (eufemismo territorial que encubre el nombre de Néstor Kirchner), porque cualquier acuerdo requería el monitoreo y consenso previo del FMI. Y tal monitoreo obviamente hubiera destacado la mentira de las estadísticas oficiales, la situación de alta inflación y otras desprolijidades que el gobierno prefiere no divulgar para poder insistir en ellas.
Puesto que el capricho kirchnerista cerraba el camino del acuerdo con monitoreo, sólo quedaba continuar con la política de postergar sine die el pago o taparle la boca a los acreedores pagando todo y al contado rabioso. ¿Cuál fue la razón para que esta vez el gobierno decidiera poner la reversa y buscar la vía de la solución tajante que venía rechazando sistemáticamente? Muy sencillo: el oficialismo guardaba esa bala para coronar con ella algún añorado momento de alza política, pero tuvo que malgastarla en virtud del descrédito alcanzado por sus desastrosas decisiones financieras y monetarias. La sistemática destrucción del INDEC y de un sistema estadístico nacional que gozaba de buena reputación en el mundo para transformarlo en instrumento destinado a falsificar índices ( en particular el de inflación, que rige la indexación de una serie de bonos de la deuda argentina) está en la base de ese descrédito, pero no es la única barrabasada cometida desde el poder. El sospechoso (y costoso) empleo exclusivo de la Venezuela chavista como palenque financiero es consecuencia y causa de esos manejos. La última operación con bonos argentinos colocados en Caracas con una tasa cercana al 16 por ciento dio a los mercados la señal de que el gobierno de los Kirchner tenía problemas de caja y, ya que los mercados no se mostraban dispuestos a prestarle, estaba dispuesto a pagar carísimo por obtener fondos.
Voceros oficiales refutaron esos análisis señalando la holgada situación de reservas del país. Pero fatalmente funciona el síndrome del pastor mentiroso: ¿por qué creer las cifras que ofrece quien ha confesado que las falsea para pagar más barato lo que debe?
Así, los analistas de Wall Street subrayaban los problemas de Argentina y aconsejaban reducir inversiones en esta engañosa plaza; y muchos advertían sobre el riesgo de un default o una reestructuración forzosa de la deuda.
El pago al Club de París fue, entonces, una jugada desesperada por recuperar algo de credibilidad internacional (y eventualmente algo de crédito, más allá de la costosa ayuda del amigo Chávez) en vísperas de un 2009 en que Argentina tendrá fuertes vencimientos que afrontar.
El recurso en el que la pareja de Olivos depositó sus esperanzas tuvo, sin embargo, un efecto decepcionante. Aplaudido por algunas horas (en especial por quienes cobrarán al contado lo que Argentina podía cancelar en cuotas cómodas y de bajo interés), muy pronto quedó evidenciado que ese pago no salva al país del descrédito. No hay duda de que es mejor tener imagen de pagador que de moroso o incobrable, pero el crédito se recobra con comportamientos consistentes y sostenidos, más que con pezzi de bravura. El sorpresivo (y sorprendente) pago cash fue leído por numerosos analistas, antes que como la cuota de ingreso al club de las economías normales, como la compra de tiempo para evitar que el FMI, gran síndico internacional, auditara nuestras dudosas cuentas y más que dudosos negocios. O como un costoso esfuerzo financiero destinado a facilitar operaciones delirantes como la del tren bala. Seguramente por eso, pese al gesto de la señora de Kirchner, el riesgo – país de Argentina se incrementó después del anuncio, y los bonos argentinos volvieron a bajar, aunque ese descenso pueda justificarse por la turbulenta situación general de las bolsas del mundo en vísperas del fin de semana.
El anunciado pago con reservas del Banco Central tuvo además el defecto de golpear la autonomía de la institución monetaria. Y azuzó, por otra parte, a los tenedores de bonos argentinos en default de todo el mundo que reclamaron un pago al que el gobierno se sigue negando con obstinación. "También eran obstinados con el Club de París y le pagaron con reservas, igual que al FMI. ¿Por qué no a los tenedores de bonos?", se preguntan estos. Y le preguntan a sus respectivos estados.
Los analistas señalan, en fin, que al pagar con reservas Argentina, todavía un paria en los mercados genuinos de capitales, se torna financieramente más vulnerable en vísperas de un año en que tendrá que pagar mucha deuda y cuando la desconfianza puede someter a su moneda a fuertes desafíos. Esa desconfianza es razonable: el pago no resuelve situaciones que afectan las bases del fatigado "modelo" kirchnerista. Cada día son más visibles esas situaciones: inflación creciente, pesadísimos subsidios, dramática falta de inversiones, caída del consumo (factor sobre el que pivoteó la reactivación), etc.
Cuando se descuenta el efecto de la inflación, se observa que los ingresos tributarios tienden a estancarse, mientras el gasto crece, motorizado por los subsidios al sector privado, que este año superarán los $ 40000 millones de pesos.
Una encuesta realizada en estos días entre empresarios da cuenta de un creciente pesimismo: el 38 por ciento de los entrevistados previó disminuir su inversión mientras sólo el 19 por ciento señaló que piensa aumentarla. Esto ocurre pese a que el 82 por ciento de las empresas está trabajando al borde de su capacidad instalada. El expero Bernardo Kosacoff consideró que generan incertidumbre la suba de las tasas de interés, las dudas por la provisión energética, la apreciación del tipo de cambio, la menor disponibilidad de infraestructura, la falta de proveedores especializados y de mano de obra calificada y la ausencia de un mercado de capitales para financiar la inversión a largo plazo. Nada más que eso.
Así, pues, mientras retrocede, el gobierno se va desahaciendo de instrumentos y ensancha su fragilidad. La estrategia de Néstor Kirchner –en alguna medida consentida por la mayoría de sus adversarios políticos- sólo consiste en dar pasos atrás y hacer clinch mientras se bambolea en el ring, procurando evitarse caídas fuertes como la que le ocasionó su pelea con el campo. En el revival del Congreso, la táctica de Kirchner es que sus fuerzas participen en proyectos que obtengan mayoría en las votaciones, así esos proyectos surjan de la destrucción de las propuestas originales enviadas por el Poder ejecutivo. Ha ensayado ese expediente con la estatización de Aerolíneas Argentinas y con la implantación de la movilidad a las Jubilaciones y, de ese modo, los proyectos del ejecutivo fueron ampliamente corregidos por los legisladores.
De ese modo, el kirchnerismo retrocede sacrificando sus políticas y sus adversarios le sueltan piolín para que los vientos no lo arrastren prematuramente. Pese a ese esfuerzo compartido, el gobierno corre riesgos permanentes, porque en debilidad no puede evitar que estallen consecuencias de sus actos anteriores: la inseguridad cunde e irrita hasta el paroxismo a los ciudadanos; la ira de la gente explota en hechos como el incendio de trenes de cercanías que obligan a millones de personas a viajar hacinados y a llegar tarde a sus obligaciones, mientras el gobierno vuelve a apelar a las teorías conspirativas, denuncia complots y no deja de delirar con el negocio del tren bala. Los carteles de la droga se establecen en la Argentina y sus socios aparecen financiando campañas electorales del oficialismo.
A menudo, cuando se encuentra en dificultades, el oficialismo evoca con aire de queja el hecho de que este gobierno sólo lleva 9 meses de existencia "y fue elegido por la mayoría". Puede dejarse de lado el hecho de que este gobierno es continuidad directa del anterior, razón por la cual el cansancio no se inició hace sólo nueve meses. Puede también omitirse la exageración de hablar de "mayorías" cuando, en rigor, el oficialismo es una primera minoría que sólo obtuvo el voto de uno de cada tres empadronados. Más allá de ello, lo que conviene retener es el hecho de que las democracias actuales –todas ellas, y con más razón las que inventaron el cacerolazo- no se basan sólo en el voto popular, sino también en el veto popular. El politólogo y economista socialdemócrata Pierre Resanvallon ha analizado el tema en su último libro: "El principio de base de la democracia es la legitimiación del poder por el pueblo por las elecciones; pero sólo se vota cada dos, cuatro o cinco años; entonces, hay un principio fundante, pero también el riesgo de una dimensión intermitente de la democracia.(…) ¿Cómo vie la democracia de manera permanente? Por la manifestación de las exigencias, los reclamos de que el poder no traiciones sus promesas ( …) no se puede hablar de democracia, pues, sin hablar de ese otro costado que es el conjunto de desafíos y puestas a prueba, exigencias y contrapoderes de la actividad democrática cotidiana…"
Y no son esos los únicos desafíos: los gobiernos son interpelados por sus electores, por los ciudadanos, y también por las instituciones, las costumbres, las corporaciones…y los mercados. Debe renidir examen en todos esos escenarios. Y no sólo cada tantos años.
A principios de 1976, cuando sólo faltaban meses para las siguientes elecciones presidenciales, Ricardo Balbín, el jefe radical, sostenía que había que ayudar a que el gobierno de Isabel Perón terminara su período "así fuera con muletas". Hoy, cuando el 2009 parece tan lejano y hasta el 2011 falta una eternidad, buena parte de esos adversarios a los que el oficialismo consideró más de una vez "destituyentes" procuran conseguir muletas reforzadas para que el calendario electoral se cumpla sin alteraciones. Si el paisaje no cambia, (y si el enfermo, en rasgo de orgullo o de inconciencia, actúa como si fuera omnipotente) es probable que las muletas no sean suficientes.
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