Plan B, síndrome F,debilidad K
por Jorge Raventos
Después de años de postergar un arreglo con el Club de Paris (Roberto Lavagna ha declarado que el plan era convenirlo en 2005, después del primer canje de deuda), después de infinitas (inclusive muy recientes) negativas a considerar legítimos los reclamos de los bonistas que no aceptaron aquel canje, muchos observadores estiman que, al anunciar negociaciones en ambos frentes, el gobierno de la familia Kirchner recorre ahora el camino de Canosa.
El emperador Enrique IV, se despojó de sus armas y sus ropajes lujosos, y se presentó ante los muros de Canosa como un humilde penitente a suplicar que se dejara sin efecto su excomunión; en cambio, la señora de Kirchner solicita el perdón de los mercados a los gritos, empleando el idioma de la arrogancia y tratando de ocultar detrás del maquillaje verbal y los modelos exclusivos la realidad de un giro que retrata, en rigor, la vulnerabilidad de su situación, y las consecuencias negativas de la política que sostuvo durante estos años.
En momentos en que el mundo financiaba con amplitud (y hasta con ligereza), cuando podían conseguirse fondos baratos de los organismos nacionales, el gobierno se aisló, decidió "vivir con lo nuestro", sostuvo el crecimiento artificialmente, impulsó la inflación y trató sin éxito de contenerla con regulaciones y gasificación estadística. Ese comportamiento alejó las inversiones (que favorecieron a otros países de lo región, en primer lugar Brasil), empujó la fuga de capitales y nos ubicó en el índex; lastrados por una pesada tasa de riesgo, pocos estaban dispuestos a ofrecer financiamiento y los que lo hacían (seducidos por su propio negocio de enriquecerse con los mecanismos del doble mercado de divisas, caso del chavismo venezolano) no dejaban de aplicarnos las correspondientes sobretasas. Así, el financiamiento llegó a costar más de tres veces lo que hubiera requerido apelar al mal afamado Fondo Monetario Internacional.
Con fuertes vencimientos en los próximos dos años, el gobierno necesita fonos frescos, especialmente tras su fracaso en agrandar la caja con el sistema de retenciones móviles: ese mecanismo confiscatorio fue detenido por la lucha de los agrarios y la consiguiente negativa del Senado a convalidar la resolución 125. Así, quedó abierto el camino de Canosa. No sólo en el sentido de que el gobierno debe negociar con quienes no quería, sino que tiene que moderar o sofrenar el gasto y contemplar con inconfesada satisfacción cómo el enfriamiento espontáneo de la economía acota un poco la trepada de la inflación.
Por cierto, el oficialismo se niega a admitir su cambio obligado de orientación. En un desayuno público de la última semana, el ex jefe de gabinete, Alberto Fernández, rechazó el término "ortodoxia económica" para definir el sentido de los últimos pasos dados por el gobierno. "No hablaría de ortodoxia –dijo-; se trata simplemente de medidas racionales". Quizás no reparó en que la palabra que él prefería sonaba más ácida que la otra, pues insinuaba que en años, meses y semanas anteriores se habían elegido opciones "irracionales"; y ya se sabe que no es bueno mentar la soga en casa del ahorcado.
El relato del oficialismo no incluye la idea de "retroceso", procura describir sus pasos atrás en términos de fortaleza propia, trata de explicar algunos de ellos en el contexto de la crisis financiera internacional y, además, sobreactúa su papel negando que esté aplicando un Plan B. "Son ustedes los que necesitan un Plan B", les disparó con incontinencia, a empresarios y diplomáticos de Estados Unidos, un país que, pese a las monumentales dificultades financieras que atraviesa, sigue generando confianza y atrayendo ahorros de todo el mundo, en busca de la seguridad que consideran ofrecen los bonos del Tesoro americanos.
Así como es difícil resolver el dilema de la inflación si previamente se lo diluye en la mentira estadística, no es posible generar confianza (y esto tiene que ver con la política) si el relato que recita el poder tergiversa abiertamente la realidad. No es saludable llamar fortaleza a la debilidad. Mucho menos saludable aún es creerse las piadosas mentiras que se emplean como coartada.
El historiador Claudio Chaves ha hablado en estos días, al comentar el viraje oficialista, que quizás nos encontremos ante lo que él llama (salvando las notables distancias) "el síndrome Frondizi". Chaves se refiere a las dificultades que atravesó el presidente desarrollista, a quien la debilidad y las tensiones llevaron a practicar múltiples virajes políticos (de izquierda a derecha; de negociaciones con el peronismo a tratativas con el antiperonismo) y a cambiar radicalmente desde el gobierno su propuesta electoral en temas energéticos y educativos, hasta sufrir sangrías en todas las direcciones y perder finalmente las condiciones mínimas de gobernabilidad.
El gobierno había ya virado en aspectos políticos. Sus primeras formulaciones, tan pronto alcanzó el gobierno, lo mostraban alejado del peronismo y alzando la propuesta de "la transversalidad" una construcción política basada en la opinión pública de centroizquierda y alejada de lo que entonces era ominosamente pintado desde el poder como "el aparato pejotista". La opinión pública se divorció del gobierno y el kirchnerismo pasó a depender cada vez más del apoyo de aquel "aparato" que vituperaba. Para desolación de las corrientes de centroizquierda que se sintieron atraídas por la oferta K, ese viraje las dejó al margen, mascullando un sentimiento de amantes despechadas.
El viraje económico actual tal vez refuerce una fuga por el centroizquierda, que puede quizás ser capitalizada por otros sectores, desde el socialismo hasta la corriente que orienta Fernando Solanas. Pero a esa fuga se agrega la que ha comenzado a experimentar el oficialismo en las líneas del peronismo disidente, una sangría que se abrió claramente con la rebelión agraria y de la Argentina anterior, que se ensanchó con el debilitamiento del gobierno y la pérdida de sus instrumentos principales de disciplinamiento. Hoy la CGT de Moyano impulsa la revisión del asesinato de José Rucci, los gremios reclaman aumentos que evidencian su incredulidad sobre la inflación que informa el Estado, los bloques oficialistas en el Congreso se han vuelto difíciles de arrear y cada vez hay más gobernadores que anuncian sus aspiraciones presidenciales, lo que es sinónimo de decir adiós al proyecto K. La disidencia quizás se profundice con algunos efectos del giro a la ortodoxia económica, que seguramente determinará un mayor encogimiento de los fondos que llegan a provincias y municipios. De hecho, ya en la actualidad el gobierno no cumple en materia de coparticipación con el piso de la distribución legal de recursos (33 por ciento), sólo gira un 24 por ciento. Además está restringiéndose la obra pública.
Obligado por su debilidad a revisar parte de sus instrumentos y sus políticas, el gobierno paga un doble precio: por lo que los acontecimientos lo fuerzan a hacer y, al mismo tiempo, por no lograr los réditos que espera de ese cambio, en su empeño en disimular los hechos (es decir, su empeño en simular consecuencia y, sobre todo, su imposibilidad de remover la fuentes real de la desconfianza política: el manejo de Néstor Kirchner y de los hombres que él sostiene, llámense Guillermo Moreno, Jaime o De Vido).
La gobernabilidad reclama más que maquillaje.
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