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Panorama político nacional de los últimos siete días

Puentes y trincheras
por Jorge Raventos


"Argentina necesita un gobierno que construya puentes de unión y no que cave trincheras de odio y rencor"

José Manuel De la Sota, Declaraciones a Cadena 3, 28/05/08



Asegura Elisa Carrió que, después de la formidable manifestación del 25 de mayo en Rosario, las riendas del gobierno nacional han pasado sin demasiado disimulo a manos de la parte masculina del matrimonio Kirchner. La líder de la Coalición Cívica subraya con esa afirmación que las anomalías institucionales no pertenecen al futuro de la Argentina, sino al presente.

En verdad, el Grito de Rosario -esa convergencia nacional que afirmó simultáneamente el peso social de la cadena agroindustrial, su insoslayable importancia para la inserción competitiva del país en el mundo y el reclamo federalista de una Argentina equitativamente integrada en toda su geografía- conmovió al régimen de los Kirchner y lo forzó a exhibir con menos disimulo su naturaleza.

Al mismo tiempo que sufría notoriamente el impacto de la demostración rosarina ( que septuplicó en número el acto oficial del Salta, pese a que buena parte de la asistencia a éste fue generosamente financiada con fondos públicos), el gobierno aparentaba no tomarlo en cuenta, decidía oírlo sólo selectivamente; se declaraba ofendido por algunas palabras de Alfredo De Angeli y juzgaba casi sediciosas las de Eduardo Buzzi porque el líder de la Federación Agraria había dicho que "el gobierno de los Kirchner es un obstáculo" para las posibilidades que el mundo le ofrece a Argentina para desarrollarse. La Casa Rosada aparentaba no haber oído, en cambio, el respaldo de 300.000 personas a ambos discursos (un aval que mostraba que las afirmaciones de Buzzi y De Angeli se apoyan en algo) y la señora de Kirchner, desde su cargo de Presidente, estimó razonable no decir esta boca es mías sobre ese masivo petitorio o planteo.

Como para destacar quién lleva los pantalones en la familia, mientras la señora se dedicaba a asuntos cuasi protocolares, Néstor Kirchner reunió a la llamada "mesa chica" del Partido Justicialista para que fuera éste – el órgano que él acaudilla- y no el gobierno nacional, el que replicara al acto de Rosario.

Ya el hecho de Kirchner que se viera obligado a darle una escenografía colectiva a la respuesta es una dura concesión a los tiempos: el ex presidente no sólo no consultó jamás a su gabinete mientras gobernaba, sino que ni siquiera se tomó el trabajo de simular que lo hacía. En este caso consideró indispensable mostrar ante los medios al cuerpo colectivo que supuestamente conduce el Pejota para responder a la notable manifestación federalista del campo. No sólo eso: necesitó que el vocero de esa reunión (brevísima: los consejeros sólo se tomaron una hora para debatir la crisis más grave que ha sufrido el gobierno en cinco años) fuera un hombre del interior. El gobernador de Chaco, que compite con otros colegas de distritos más poderosos por heredar lo que quede del kirchnerismo, asumió el desafío.

La voz del Pejota, tutelada por Néstor Kirchner, tomó el primer plano, mientras la Casa de Gobierno, donde discurre su señora esposa, se dedicaba a tararear melodías secundarias.

Por cierto, no se trata sólo de señalar quién habló (lo que no es, sin embargo, un dato irrelevante), sino de considerar qué es lo que dijo la respuesta. Pues bien: la réplica kirchnerista tuvo la dureza conceptual que era esperable. Atribuyó intenciones golpistas a la demostración cívica de Rosario y –utilizando una frase fraguada por un grupo de mandarines de la Corona- diagnósticó que el acto ponía de manifiesto "un ánimo destituyente". Si la descripción aludía a cierto sentimiento que campea en la opinión pública, quizás acertaba. Si, en cambio, transmutaba ese incorpóreo espíritu en intención de las entidades agrarias, tergiversaba notablemente la realidad. El presidente de la Federación Agraria, que fue quien mentó, sumido en el ánimo colectivo, la idea de que el gobierno de los Kirchner es el obstáculo que impide a la Argentina conectarse con la oportunidad que le ofrece la economía mundial, tardó muy poco en pedir perdón por el atrevimiento. Buzzi no quería decir eso, aunque tal vez haya sido el mediador de lo que la manifestación sí quería decir. Dios escribe derecho en renglones torcidos.

Puesto que el gobierno calló y el que habló fue el Pejota, es interesante observar qué contestación peronista tuvo el discurso oficial. Además del punto de vista de corrientes internas adversas, del gobernador puntano Alberto Rodríguez Saa (que ha cuestionado judicialmente las retenciones), de figuras del interior como el senador Juan Carlos Romero o de la pronosticable oposición de ex presidentes como Carlos Menem ("es la voz de los usurpadores del PJ") y Eduardo Duhalde ("es estúpido considerar golpista al campo"), se expresaron las conducciones institucionales del peronismo de dos de las tres "provincias grandes", Córdoba y Santa Fé. En el primer caso, hablaron tanto el gobernador Juan Schiaretti como el gran referente provincial de justicialismo, José Manuel De la Sota. En el caso santafesino, las voces fueron la del titular del PJ provincial, Norberto Nicotra, como la del mayor referente, el senador Carlos Reutemann: tomaron clara distancia del pronunciamiento oficialista. Reutemann se ofreció a mediar. El gobernador Schiaretti señaló que eran "obvias" sus diferencias con la declaración del PJ kirchnerista. De la Sota, liberado de responsabilidades institucionales, fue más lejos: "El Gobierno está llevando a una división social que no nos merecemos(…)No hay que volver a los desencuentros. Quiero una democracia bien federal, donde no se maneje al país con autoritarismo, presionando a intendentes y gobernadores, donde vivamos en paz. (…) Reutemann y yo estamos convencidos de que el complejo agroindustrial es el futuro de la Argentina, porque da millones de puestos de trabajo. Con el conflicto sube la inflación, y no se le puede echar la culpa al campo. La inflación es consecuencia de la ausencia de oferta, hay más demanda que oferta. Ese es el problema más grande de la Argentina. No debieran estar peleándose con el campo. A esto lo comparte la mayoría de los justicialistas."

El peso de las voces peronistas que se alzaron contra la declaración impulsada por Néstor Kirchner indica que en lo profundo del peronismo palpita ya una fuerte opinión contraria a la postura que el oficialismo esgrime contra el campo. Kirchner soltó rápidamente a sus mastines para que le chumbaran a los críticos: el diputado Kunkel y el propio jefe de gabinete lanzaron fuertes ladridos contra Reutemann y De la Sota, subrayando de ese modo el creciente debilitamiento del punto de vista oficial en las filas del peronismo.

A la crítica justicialista hay que sumar la de la casi totalidad de la oposición, desde el macrismo a la UCR, pasando por la influyente postura de la señora Carrió e inclusive por una buena porción de la izquierda. El hecho de que en el acto de Rosario estuviera presente una dirigente de las Abuelas de Plaza de Mayo (y las opiniones que esta señora expuso unos días después en los medios) es sumamente significativo. El gobierno había convertido al tema de los derechos humanos en un poderoso escudo defensivo de su sistema de poder: hoy hasta ese escudo se ve fisurado.

La respuesta oficial al reclamo del campo –una resolución administrativa unilateral que no contempla ni las principales objeciones del sector ni los reclamos de federalismo fiscal que emergieron de las movilizaciones- desnuda con elocuencia la situación de retroceso en que se encuentra el kirchnerismo. El gobierno intenta disimular su aislamiento con gestos ofensivos y, cerrado al diálogo, actúa de modo autista negando que su actitud ante el campo sea confrontativa. En el resto de los desafíos importantes que afronta el país –energía, inflación-, el gobierno aparece anémico o vaporoso. Sus fuerzas no le permiten atender muchos frentes al mismo tiempo.

El ominoso aislamiento del gobierno, su propensión a construir trincheras en lugar de puentes, para ponerlo en las palabras del cordobés De la Sota, obliga a pensar que la vocación destituyente que el poder atribuye a sus críticos empieza a encarnarse en su propia actitud autodestructiva.

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