AVISO

A partir del 1° de Diciembre, este foro cesa su actividad, atento a que la nueva etapa de formación de líneas alternativas dentro del peronismo requiere, más que la ya agotada discusión acerca del PJ, un trabajo específico de análisis y propuestas que puedan fortalecer a los nuevos liderazgos peronistas liberales.

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Panorama político nacional de los últimos siete días

CUANDO SUENA EL RÍO
por Jorge Raventos

Mientras sigue gambeteando las presiones de ajenos y propios destinadas a (como mínimo) sincerar la inflación, forzar rectificaciones en el INDEC y restarle capacidad de maniobra a Guillermo Moreno, el gobierno decidió retroceder voluntariamente en otros espacios. El más notorio: el proyecto de estatización de Aerolíneas Argentinas. Antes de soportar un nuevo sofocón parlamentario, la Casa Rosada se inclinó por tirar al canasto el esperpéntico proyecto original surgido de la pluma del secretario de Transporte, Ricardo Jaime, y suscripto por la señora de Kirchner, para aliviar los reclamos del bloque oficialista y de los aliados indispensables para armar una votación mayoritaria en la Cámara de Diputados.

La propuesta que consiguió media sanción no es tampoco demasiado consistente ni devela incógnitas básicas sobre la operación estatizante (por caso: el precio final que Argentina oblará por una empresa quebrada con complicidad estatal, el costo que demandará sostenerla, el estado patrimonial que se heredará de la vidriosa administración de la empresa Marsans). Tampoco se deshace terminantemente del turbio acuerdo de transferencia convenido entre el Poder Ejecutivo y el grupo español, lo que abre un insondable porvenir de litigios y demandas de resarcimiento que probablemente caerán sobre los hombres de los argentinos.

En cualquier caso, el matrimonio presidencial optó prudentemente por anticiparse a la adversidad política y hacer de la necesidad virtud: una confesión implícita de fragilidad. No fue la única: Néstor Kirchner impulsó al ministro de Interior a que recibiera al gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, y le diera alguna satisfacción. El propio Kirchner se entrevistó en Olivos con Carlos Reutemann, uno de los senadores que votaron en contra de la Resolución 125 en el conflicto con el campo y a quien Kirchner había hecho verduguear por esos días a través de sus lenguaraces parlamentarios. Para el ex presidente es hora de tragar amargo y escupir dulce: necesita generarse amistades en el seno de un justicialismo que se le escapa de las manos y comienza a darle muestras de rebeldía. Si hasta empieza a rumorearse que, además del creciente activismo de los sectores disidentes del justicialismo, toda una red de gobernadores y funcionarios amigos del sistema K se ha conjurado para imponer rectificaciones en la marcha del gobierno y reclamar la "jerarquización de la figura presidencial", loable intención ésta que Kirchner no puede interpretar sino como el designio de empujarlo a él lejos del gobierno.

Mientras esto ocurre, sucesivos crímenes mafiosos atribuidos a intereses de la droga parecen conectarse (como ocurriera con la misteriosa valija del venezolano Antonini Wilson) a personajes y actividades que financiaron decisivamente la campaña electoral de Cristina Kirchner. Y a esto se agregan las cada día más visibles señales de fatiga del "modelo" económico oficial: inflación creciente, pesadísimos subsidios, dramática falta de inversiones, erosión de las ventajas cambiarias que en su momento proporcionó la devaluación, caída del consumo (factor sobre el que pivoteó la reactivación), etc.

El oficialismo afronta una crisis que, para muchos analistas, terminará sofocándolo. Es que lo que está colapsando es un dispositivo de gobierno que durante años dio réditos, pero ahora parece haber ingresado en zona de franca obsolescencia.

Néstor Kirchner había comprendido, tan pronto llegó al gobierno con el favor de Eduardo Duhalde y un magro capital electoral, que la Argentina, después de la debacle de la Alianza y de la crisis de 2001/2002, se había alejado del pelotón de países latinoamericanos con instituciones en vías de desarrollo (Brasil, Uruguay, Chile, Colombia), para asemejarse, más bien, a aquellas naciones andinas en las que los gobiernos no son reemplazados por elecciones regulares, sino por erupciones de violencia, redoble de cacerolas y revueltas callejeras.

Los años de kirchnerismo se asientan sobre el monumental desastre de la Alianza (con la resultante de escepticismo y antipolítica del público que había respaldado esa formación) y la devaluación asimétrica del 2002.

El kirchnerismo nació de esos dos fenómenos y se beneficiió de ellos: se lanzó a conquistar una opinión pública vacante después de la evaporación aliancista y sostuvo los efectos de la devaluación a través de los manejos del Banco Central destinados a custodiar la política de dólar alto. La debilidad política de origen de Kirchner (22 por ciento) determinó una dependencia creciente de la opinión pública de las grandes ciudades, en particular de Buenos Aires. El gobierno decidió evitarse sofocones "andinos" y apeló a una política de subsidios destinada a mantener anestesiados a los sectores medios, generar consumo, sostener a la vez el llamado "capitalismo de amigos " y el clientelismo, y cobrar los dividendos (no sólo políticos) de la discrecionalidad.

Para curarse en salud, Kirchner se dedicó asimismo a controlar la calle (no con los instrumentos del Estado, sino principalmente a través de fuerzas paraoficiales como las que representa emblemáticamente Luis D'Elía) y a manejar con mano de hierro la caja del Estado, concentrando recursos y administrando su distribución con condicionamientos varios, antes que nada la obediencia a su jefatura.

Así, el gobierno edificó un sistema de poder hipercentralizado, un "Unicato", en el que se toman recursos del país y se expropia poder a las instituciones (cámaras legislativas, gobiernos provinciales y buena parte del sistema judicial); un dispositivo hegemónico, construido sobre aquellas bases: confiscación, caja, disciplinamiento, dominio de la calle y confrontación permanente.

Esa máquina tocó un límite fuerte cuando, a diferencia de los enfrentamientos del primer período presidencial (apuntados contra sectores vulnerables o debilitados ante la opinión pública), en la nueva era de bicefalismo, con la esposa de Kirchner en la Casa Rosada, el gobierno se enfrentó con la cadena de valor agroindustrial, que no depende de los subsidios estatales, sino que –más bien- los sostiene. Ese conflicto fue el disparador que desnudó las debilidades del llamado "modelo" vigente, facilitó la desobediencia de los sectores sometidos a la disciplina oficial, revitalizó las instituciones y le ganó la calle al gobierno.

En su mejor época, las recetas del kirchnerismo funcionaron sostenidas por los buenos precios internacionales y la confiscación de las rentas provinciales, pero necesitaron además del miedo, como factor motorizante. Caja y miedo, un juego elemental de premios y castigos.

Ahora, el kirchnerismo recala en el peor de los mundos posibles: la caja empieza a mostrar graves falencias y la sociedad le ha perdido el miedo; el temor se desvanece hasta en el interior del aparato oficialista, donde muchos se atreven ya a disentir de las ocurrencias del Señor de Olivos, a juzgar críticamente sus criterios de conducción o a dudar de su equilibrio político y psicológico.

Está por verse si el kirchnerismo puede reinar sin respaldo de la opinión pública, sin control de la calle, con recursos acotados y sin capacidad para provocar miedo.

De hecho, entre analistas y políticos prácticos empieza a generalizarse la sospecha de que ese reinado es más que improbable. El propio centro del poder K intuye esa dificultad y por ese motivo, contradiciendo inclusive su genética confrontativa, parece temporariamente dispuesto al repliegue táctico y a la búsqueda de un reagrupamiento de fuerzas.

"Si no cambia, no se llega a diciembre", vaticinó el viernes Elisa Carrió. Otros, menos proféticos pero no por ello menos previsores, imaginan escenarios alternativos para el caso de que la situación se torne ingobernable o suscite (como ocurrió después de la derrota parlamentaria oficialista sobre las retenciones móviles) una pulsión renuncista en el matrimonio presidencial. Reconocidos economistas intercambian cifras e ideas acerca de cómo abarajar los problemas que ya se evidencian.

El nombre de Julio Cleto Cobos circula en casi todos los cenáculos. En el radicalismo, por ejemplo, representantes de virtualmente todas sus escuelas internas de pensamiento debatieron sobre la mejor forma de recuperar al vicepresidente y a quienes lo siguieron en la perimida aventura de pactar con Néstor Kirchner. Hubo coincidencia casi unánime en la conveniencia de levantar sanciones y reabrir las puertas partidarias a esa diáspora. El actual presidente de la UCR, Gerardo Morales, reclama, sin embargo, que Cobos renuncie a la vicepresidencia si quiere retornar al partido. Ese criterio no cuenta con consenso en las alturas radicales; tampoco resulta aceptable para el propio Cobos, que ya adelantó que no piensa dejar la vicepresidencia ni por presiones de la Casa Rosada ni por condicionamientos de sus actuales o ex correligionarios.

" No tiene sentido pedirle a Julio que abandone su cargo; él es importante para la UCR y para el país por la misión institucional que cumple y puede cumplir –juzga uno de los radicales que participa en las tenidas sobre el tema-. Hay que actuar con amplitud y generosidad para reintegrar al cobismo y dejarlo tranquilo a Cobos. El partido puede tener con él una conducta de solidaridad y acompañamiento. Si actuamos de ese modo en los años 70 con Arturo Mor Roig, por ejemplo, que era ministro político de un gobierno militar, ¿por qué no lo haríamos con un vicepresidente que tiene conductas filosóficamente radicales?"

En estas actitudes hacia Cobos pesa, sin duda, el hecho de que el vicepresidente cuenta con una amplísima aprobación pública, que –según la mayoría de las encuestas- al menos duplica la de la presidente Kirchner y supera cómodamente la de la mayoría de los dirigentes políticos. Esta circunstancia no sólo es tomada en cuenta por los radicales, sino también por el peronismo territorial (la amplia gama de justicialistas que toma distancia del kirchnerismo, empezando por Eduardo Duhalde), que ha adoptado la posición de "cuidar" al vicepresidente. Casi por las mismas razones (aunque con una valoración opuesta), en la Convención Cívica miran con desconfianza a Cobos: lo observan como un competidor potencial; de hecho, desde su ascenso muchos sectores del radicalismo que se sentían atraídos por el liderazgo de Elisa Carrió han reconsiderado las cosas y le dan chances a un renacimiento de la UCR en el que converjan sus diferentes tendencias a la sombra cordial del vicepresidente.

Con su tibio repliegue táctico, forzado por la debilidad, el oficialismo procura comprar tiempo y recuperar algo del perdido vigor de otros momentos. Así, sin embargo, es posible que pierda simultáneamente en dos escenarios: que decepcione a quienes lo quieren ver sólido y estable y sin por ello recuperar la confianza de los sectores que en los primeros años le garantizaron buena performance en las encuestas de opinión pública y que en los últimos meses decidieron abandonarlo. Por algo suena el río

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