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Sueños de un week end en Calafate
por Jorge Raventos


El sábado 7 de noviembre, Día del Canillita, el matrimonio Kirchner no se privó de leer los diarios de Buenos Aires en su residencia de El Calafate, donde se había refugiado 24 horas antes. Los periódicos fueron, si se quiere, pasajeros únicos del Tango 03 de la flota presidencial, un vuelo especial, exclusivamente dedicado al delivery mediático. La lectura atenta, casi obsesiva, de ciertos diarios capitalinos se ha vuelto una especie de ritual masoquista de los Kirchner.

Los cónyuges no querían visitas en El Calafate, y si admitieron un encuentro con Héctor Icazuriaga, el titular de la Secretaría de Inteligencia, fue porque estaba vinculado con el tema que les reclamaba prioritariamente la atención: el asedio callejero al que el gobierno se ha visto sometido en virtud de las movilizaciones y huelgas conducidas por sectores sindicales retobados o por organizaciones sociales (piqueteras) que exhiben una fuerte autonomía en relación con el aparato oficialista.

Con la guía informativa del jefe de inteligencia y el aporte de sus propios saberes e intuiciones, los Kirchner deliberaron durante el week end patagónico y llegaron a una conclusión: el oficialismo debía recuperar la calle, arrebatársela a los sectores que, según mascullan algunos asesores intelectuales inscriptos en la nómina de Olivos, “actúan como arietes del bloque agro-mediático”.

Para reconquistar la calle, consideraron la Presidente y su marido, sólo tenían que hacerle a Hugo Moyano una propuesta que éste no podría rechazar (sobre todo, después del decreto 1645/2009 que dos días antes había firmado la señora de Kirchner, que transformaba a Daniel Colombo Russell, apoderado del gremio de Camioneros y brazo derecho del jefe cegetista, en gerente general de la Administración de Programas Especiales (APE), el codiciado organismo del Ministerio de Salud que maneja un presupuesto anual de 935 millones de pesos para distribuir entre distintas obras sociales de los gremios). Después de esa prueba de amor, Moyano no podía negarse a convocar a un gran acto de respaldo al gobierno que sirviera para hacer una demostración de fuerza movilizadora del kirchnerismo. Pan comido.

La CGT anunció, nomás, su acto: lo citó para el 20 de noviembre. Hugo Moyano obtuvo además el respaldo del Consejo Nacional del PJ, que se congregó en La Plata el martes 10, y decidió “apoyar la movilización organizada por la CGT para el 20 de noviembre de 2009, en defensa de las instituciones y del gobierno electo por el pueblo".

En la reunión concretada en La Plata, además de apoyar el acto cegetista imaginado en Calafate, el pejota oficialista resolvió no aceptar la renuncia de Néstor Kirchner a la presidencia partidaria. En rigor, el gesto era innecesario: el cuerpo (o lo que queda de él) rechazó una dimisión anunciada el 29 de junio, después de la derrota electoral, pero nunca formalizada. En esta columna ya se había señalado el 4 de julio que la “renuncia indeclinable” de Néstor Kirchner no pasaba "de ser virtual. Por ahora sólo la expuso oralmente ante un periodista de la agencia oficial Telam; estatutariamente, para que el acto tenga validez, debe formalizarse por escrito ante el Consejo Directivo Nacional del partido”. Kirchner nunca lo hizo. Volverá, pues, al lugar de donde nunca se fue. Aunque -eso sí- el lugar ya no sea el mismo: hoy se encuentra diezmado por deserciones, desde Alberto Fernández a Carlos Reutemann, pasando por Felipe Solá y el chubutense Das Neves son muchos los miembros que han tomado distancia de ese Consejo Nacional que, más allá de formalismos “indeclinables”, sigue comandando Néstor Kirchner.

Ese martes, mientras el oficialismo se proponía “recuperar la calle” con Hugo Moyano como abanderado, la ciudad de Buenos Aires era un verdadero caos, surcada por piquetes y desquiciada por un paro de subterráneos que el gobierno fue impotente para neutralizar. La causa del conflicto es la larga, terca negativa del ministerio de Trabajo a inscribir un sindicato autónomo de trabajadores del subterráneo, que quiere ser independiente de la Unión Tranviarios Automotor. La UTA es uno de los puntales de la CGT que comanda Hugo Moyano. Los delegados independientes del subterráneo han tejido vínculos con la Central de Trabajadores Argentinos, CTA.

A partir del miércoles 11, los planes patagónicos de los Kirchner comenzaron a hacer agua. En la calle Azopardo e Independencia , dentro de la CGT se comprendió rápidamente que el gobierno depende de los gremios adictos para tratar de emparejar las dificultades políticas que atraviesa y se dispuso obtener réditos políticos de esa situación. El vocero público de esa postura fue el adjunto de Moyano y número 2 de la Unión Obrera Metalúrgica, Juan Belén, quien exigió por los medios la necesidad de “mantener el modelo sindical vigente en el país”, y criticó a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), a la que calificó de "zurda loca manejada desde afuera".

En el seno de la CGT existe la sospecha de que el gobierno terminará cediendo ante el reclamo de la CTA de ser considerada legalmente como central de trabajadores paralela. Ni siquiera confían en el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, pese a que éste desarrolló su carrera profesional y política como abogado de muchos de los sindicatos inscriptos en la calle Azopardo. Para que no quedara duda alguna del mensaje, el metalúrgico Belén declaró que la marcha de la CGT prevista para el viernes 20 será una "una manifestación a todos los poderes, a todos". Es decir, al Poder Judicial (porque, recordó Belén, la Corte dejó "sin efecto el artículo 41 de la ley de asociación profesional por anticonstitucional” y permite que sean delegados gremiales trabajadores no afiliados al sindicato oficial) y también al Congreso y al mismísimo Poder Ejecutivo cuyas atribuciones Hugo Moyano afirmaba que defenderían en la demostración.

Cuando comprendió la jugada gremial, el primer reflejo de Néstor Kirchner en Olivos consistió en diluir el peso de la CGT. Por eso insistió en que la convocatoria se ampliara a las organizaciones sociales. Así, Moyano se vería compensado por personalidades como Luis D’Elía. Se trataba, además, de tranquilizar las aguas con la CTA, a la que el kirchnerismo siempre cortejó, aunque no terminara nunca de cumplirle los juramentos de cariño.

La señora de Kirchner salió a pelear a los medios cuando éstos reflejaron la intención expresada por Juan Belén de manifestar “en defensa del modelo sindical”. ¿Tenía acaso la prensa la culpa si retrataba lo que se había dicho?

Pero cada paso que se daba desde el gobierno para concretar los planes del week end en Calafate (recuperar la calle) parecían entrañar costos mayores para el gobierno. La foto de Moyano y D’Elía convocando a la defensa del gobierno ya aparecía como una síntesis de lo que Perón hubiera llamado “piantavotos”. El camionero y el piquetero de Su Majestad están entre los personajes de peor imagen del país. A esa cualidad D’Elía le sumó el ataque de ira que evacuó por los micrófonos dedicado a Marcelo Tinelli, Mirtha Legrand, Susana Giménez, Santo Biasatti. El gobierno se veía involucrado, a través de ese abogado, en un pleito con personalidades de enorme repercusión popular.

Hubo ministros y gobernadores que llamaron a la Casa Rosada para pedir que se detuviera esa operación, a todas luces dirigida al descrédito. Daniel Scioli se apresuró a respaldar a los famosos contra D’Elía; el jefe de gabinete, Aníbal Fernández, aclaró que el piquetero no pertenecía al gobierno.La señora de Kirchner tuvo que pedirles a Moyano y D'Elía que se abstuvieran. Culpó a terceros -los medios en primer lugar- por las malas consecuencias que podrían derivaran de las bellas intenciones. Huyó hacia adelante: prometió concretar el acto a mediados de diciembre. Hoy no se fía, mañana sí.

Si a ese cuadro se suma que la apuesta del gobierno para “recuperar la calle” amenazaba con ser respondida por los sectores más intransigentes con una contramarcha opositora, quedaba claro que los sueños de Calafate se habían vuelto impracticables. Apenas duraron unas horas. Al intentar concretarlos se materializaron la diáspora, la fragmentación, la debilidad. Lo que en el papel, con la lógica de otras épocas y en la intimidad patagónica parecía tan simple como soplar y hacer botella, en la realidad se volvía complejo, costoso, contradictorio, mortificante.

Así es el poder cuando empieza a desvanecerse.

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