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Panorama político nacional de los últimos siete días

Aislamiento y
centrifugación
por Jorge Raventos


Tras otra semana de extrema volatilidad, parece indudable que la crisis global está lejos aún de haber tocado fondo y que, en su despliegue, golpeará a todas las naciones, inclusive a aquellas cuyos gobiernos practican la superstición del desacople.

El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, estimó que la desacelaración que sufrirán los mercados emergentes será intensa y "se la sentirá como una recesión". Zoellick advirtió que la turbulencia financiera provocará efectos en cadena: "Un freno en las exportaciones desencadenará una caída en las inversiones. El deterioro de las condiciones financieras, junto con restricciones monetarias, llevará a la quiebra a muchas empresas y a posibles situaciones bancarias de emergencia".

Los países exportadores de commodities ya empiezan a sentir el cimbronazo. Así como en los últimos años se observaba el fenómeno inédito de un ascenso vertiginoso y simultáneo del precio de todos los commodities, ahora se asiste a una caída conjunta. En mayo de 2007 el níquel se pagaba 55.000 dólares la tonelada; hoy ronda los 11.000 dólares. Los precios del cobre, el zinc, el hierro sufren caídas análogas; la soja, con un precio de algo más de 300 dólares la tonelada, experimentó un descenso de casi 50 por ciento comparada con el pico de cotización tocado en julio. El petróleo sufrió un derrumbe análogo, de 147 dólares el barril (en julio), a 70 dólares la última semana: los países exportadores, reunidos en la OPEC, anticiparon para la semana próxima una reunión extraordinaria originalmente prevista para medidados de noviembr,e en la que podría decidirse reducir la producción para frenar la caída brusca del precio. El premier británico, Gordon Brown, consideró que una resolución de esa naturaleza sería "escandalosa". Sólo el anuncio del anticipo produjo una primera reacción alcista. La crisis, como está a la vista, se realimenta con sus propias consecuencias. Y, según Philip Suttle, jefe de analistas económicos del Instituto de Finanzas Internacionales, "tal vez estemos entonces en una nueva crisis". En una entrevista que conedió en Nueva York a Martín Kanenguiser, de La Nación, Suttle apunta que "habrá problemas con las deudas de las empresas y de los consumidores. Hay que prever grandes compañías con problemas y no sería sorpresivo que alguna de ellas quebrara. Podemos imaginar también problemas en los países emergentes europeos, donde hay déficit y tipos de cambio fijo, o en países asiáticos importantes, que han tenido mucha exposición al apalancamiento que derivó en la crisis de las hipotecas. América latina está mejor que hace ocho años, pero también tendrá problemas por la caída en el precio de las materias primas".

En fin, tanto los datos como los análisis calificados advierten que la crisis alcanza a todos, también a los desacoplados. Pero, aunque parece haberse notificado, finalmente, de que la crisis no se detendrá en el umbral de la Argentina, la Casa Rosada sigue confiando en el aislamiento como remedio, al estilo de aquellas damas cursis que caricaturizaba Landrú: "Si hay guerra atómica, yo me voy a la estancia y cierro bien la tranquera".

Esta semana el gobierno insistió en establecer medidas restrictivas del comercio. La Aduana agregó más de un centenar de productos a un listado que supera los 20.000 a los que las autoridades se disponen a dificultarles el acceso al mercado argentino. Aunque la nómina se hizo pensando en Brasil y China, el secretario de Industria, Fernando Fraguío, aclaró que no estaba pensada para perjudicar a "ningún país en particular", sino para evitar maniobras de dumping. Las medidas unilaterales destinadas a proteger a los fabricantes locales, fatalmente provocan situaciones de tensión con los países afectados.Ricardo Martins, director de la Federación de Industriales del Estado de San Pablo (Fiesp), había anticipado su punto de vista diez días atrás: "Esto es un proceso global de búsqueda de ventajas. No hay que cerrarle las puertas a China. Los gobiernos tienen que hacer algo para que seamos más competitivos." Aunque cubría con elegancia su advertencia bajo la manta del plural y la máscara china, se refería sin duda a la relación entre Argentina y Brasil: "La Argentina no debería preocuparse. Aquí no está el dólar a 3,20, como allá. Y Brasil no le puede vender más a la Argentina".

En momentos en que el mundo, en medio de convulsiones y turbulencias, parece desplazarsea un nuevo ordenamiento, a los países de esta zona del globo les conviene actuar y participar asociadamente en ese gran juego planetario, antes que practicar la travesura de ponerle zancadillas al vecino. En el juego mayor, es indudable que, a fuerza de vigor, continuidad y lucidez, Brasil ha conseguido el país convertirse en monitor de la región y proyecta desde ese lugar sus aspiraciones mundiales.

Con el desacople como frágil armadura, el gobierno argentino predica las virtudes del aislamiento. Es cierto: la señora de Kirchner puede presumir con verdad que Argentina se ha preservado de la crisis de las hipotecas (en rigor, de lo que se preservó es de las hipotecas, lisa y llanamente: el crédito hipotecario murió de inanición salarial). Ese aislamiento es una más de las diferencias con Brasil: el gobierno K, al revés del de Lula Da Silva, promete a los industriales que les dará salvaguardas y protección frente a la competencia externa, aspira inclusive a aumentar la Tarifa Externa Común del Mercosur (que llega al 35 por ciento). El gobierno de Lula formula una apuesta inversa: "No vamos en esa dirección –afirmó el ministro de Hacienda brasilero, Guido Mantega-; en este momento no debemos tomar medidas proteccionistas en ninguna parte. El proteccionismo fue el resultado de la crisis del 29 y el 30 y los países se cerraron. Debemos continuar abiertos, mantener una acción globalizada, porque eso va en beneficio de todos los países".

El oficialismo argentino apostó a mantener desvalorizado el peso mientras Brasil apreciaba su moneda; ahora a los Kirchner les resulta difícil, sin promover inflación, mantener el ritmo de la desvalorización que la crisis financiera provoca al real. La señora de Kirchner insiste con la idea de mantener una flotación libre administrada, pero sectores de su propia administración, la dirigencia de la Unión Industrial, algunas corrientes del sector agrario y hasta algunos caciques sindicales preferirían pasar a una devaluación notoria. Un informe del banco JP Morgan Chase aseguraba esta semana que el oficialismo podría optar por la postura devaluacionista y llevar el dólar a 3,80 pesos antes de dos meses. Motivos: desacelerar la pérdida de reservas que ocasiona la flotación administrada, dar satisfacción por vía cambiaria al proteccionismo industrial y reconstituir parcialmente el colchón de rentabilidad agraria que justifica la transfusión de recursos a la caja central por la aplicación de retenciones.

El gobierno vacila entre distintos platos del mismo menú: todos los que estudia de una u otra manera tienen que ver –con ingredientes cambiarios o aduaneros, por la vía de ritmos gradualistas o rotundos- con tácticas que se asientan en la idea del aislamiento y el desacople.

En cualquier caso, el gobierno siempre ha subordinado la ubicación del país en el mundo a una lógica circunstancial y doméstica, teóricamente destinada a sostener el sistema de control político oficialista. Después del conflicto con el campo y tras un alejamiento que parece definitivo de las clases medias de los centros urbanos, la crisis global encuentra al gobierno a contrapié, con recursos limitados, sin varios de los cuadros que lo alimentaron en otros tiempos, con poco aire. Ha comprendido que ya perdió el centro del ring, el espacio desde el que intentaba lanzar convocatorias transversales. Ahora se refugia en el rincón y apuesta simplemente a llegar hasta el fin de la pelea, confiando más en la debilidad del contrincante que en las fuerzas propias que pueda reunir.

Por estos días, mientras caen las bolsas del mundo, el oficialismo piensa en cómo hacer un papel no desastroso en las elecciones de medio término del año próximo. La debilidad que lo carcome lo induce a esgrimir la figura de Néstor Kirchner como cabeza de una lista legislativa bonaerense. Más allá del invento geográfico de esa eventual candidatura (que no será más caprichoso que otros ya consumados; sin ir más lejos, el que convirtió a su esposa de congresista por Santa Cruz en senadora por la provincia de Buenos Aires), lo significativo es la dificultad del oficialismo para encontrar a un postulante al que le pueda adjudicar chances electorales, más allá del esposo de la presidente.

Néstor Kirchner, por otra parte, pone en juego su nombre especulando con que la dispersión opositora le puede permitir llegar primero con una cosecha en votos de alrededor del 30 por ciento, que es la modesta (pero ambiciosa, a la luz de los estudios de opinión pública de estas semanas) meta que se propone. Para intentar esa aventura –un escenario en el que también se pondrá en juego la gobernabilidad- el gobierno dependerá de las fuerzas a las que ha quedado reducido su ejército: lo que resta del sedicente progresismo que en su momento consiguió atraer y lo que alcance a mantener en caja (en tiempos de cajas más anémicas) del aparato político-sindical del conurbano bonaerense. Si se quiere resumir esas dos fuerzas que convergen en Kirchner en dos nombres propios, esos nombres serían los de Hebe de Bonafini y Hugo Moyano. Basta recordarlo para apreciar la difícil tarea que tiene quien necesita juntarlos: la señora de Bonafini ha declarado que "Moyano, que no es mejor que Eduardo Duhalde. Dijo que quería que se declare crimen de lesa humanidad el asesinato de Rucci. Moyano es un traidor".

Con sus fuerzas dispersas, su "modelo" abollado y enfrentado al desafío de la crisis global, el kirchnerismo ingresa en una etapa de centrifugación.

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