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Panorama político nacional de los últimos siete días

Ofensiva de primavera,
contraofensiva de verano
por Jorge Raventos


“Néstor no se fue ni se irá" Hugo Chávez (Isla Margarita, 25/09/09)

“Sólo nos iremos si nos echa la gente”
Emilio Pérsico (Buenos Aires, acto
piquetero oficialista 15/09/09)

El oficialismo está embarcado en su ofensiva de primavera: ha empeñado todas sus fuerzas y desplegado infinitas presiones para sacar del Congreso antes de que concluya octubre su proyecto de Ley de Medios sin más modificaciones que las escasas que se vio obligado a admitir cuando el proyecto se discutía en la Cámara de Diputados. Pese a todos esos afanes, aunque está convencido de que la votación general ocurrirá antes del próximo fin de semana y allí contará con suficientes votos, Néstor Kirchner no tiene todavía la seguridad plena de que el tratamiento en particular de la norma no le depare sorpresas desagradables. Las objeciones de conciencia de algunos senadores oficialistas o aliados pueden contribuir a que se introduzcan cambios en cláusulas que para Olivos son centrales: en particular la que fuerza a los grupos de medios a deshacerse de licencias en un plazo de un año.

Kirchner espera que ese emplazamiento permita a inversores nuevos (no nuevos para él, claro) ingresar en el negocio a precios convenientes. La idea de que la ley termine admitiendo plazos más extensos, de hasta tres años, como ha sugerido la oposición, lo pone muy nervioso: las elecciones presidenciales son en 2011 y él sueña con llegar a ese momento con la escolta de varios grandes medios adictos.

Además de las motivaciones específicamente ligadas al contenido de la ley, para Néstor Kirchner la perspectiva de que sea aprobada sin tocarle una letra y cumpliendo estrictamente su voluntad tiene una lectura política inequívoca: es una manera de exhibir (ante los ajenos, pero sobre todo frente a los propios, acechados por el escepticismo) que el mando sigue residiendo en Olivos. “Néstor no se fue ni se irá”, lo alienta desde Caracas su amigo Chávez. “Sólo nos iremos si nos echan”, resume desafiante el piquetero oficialista Emilio Pérsico. Ambos explicitan un diagnóstico y un programa, tanto para el oficialismo como para sus adversarios.
La ofensiva de primavera busca afirmar y acumular todos los instrumentos y recursos de mando posibles, antes de que el Congreso cambie de signo en diciembre con la incorporación de los electos el 28 de junio.

Mientras procura estos avances, el gobierno revela implícitamente la naturaleza defensiva de su estrategia, iniciando un repliegue sobre varios frentes. Un paso adelante, dos pasos atrás. Veamos: cuando la señora de Kirchner descubre -¡seis años después!- que los piquetes y los cortes de calles y rutas “impiden el ejercicio de los derechos de los otros“ lo que hace es confesar algo que quedó establecido por las luchas del campo del año 2008: el oficialismo perdió el control de la calle y ya no son más los piquetes y marchas propias las que prevalecen, sino que la calle es escenario de fuerzas ajenas y hostiles al gobierno, desde las movilizaciones agrarias a las de sectores que protestan contra la pobreza, el desempleo o por reivindicaciones ciudadanas o específicamente gremiales. Ante esta constatación, el gobierno se prepara para afrontar un desafío al que no estaba habituado. Ha producido sus primeros ensayos enfrentando la movilización de los trabajadores de Kraft, en un conflicto en el que el poder central estuvo dormido durante semanas.

Del mismo modo que perdió el control de la calle, el oficialismo ha extraviado la llave de la caja, otra de sus clásicas palancas de mando. No se trata de que el gobierno haya renunciado al manejo de la caja y al trapicheo con gobernadores e intendentes: lo que sucede es que la caja se ha ido encogiendo. Por eso, hay que echar subsidios por la borda, hay que recortar y mezquinar fondos a las provincias y, sobre todo, hay que buscar financiamiento externo. No hay plata, sin embargo, para una Argentina rodeada por la desconfianza. De allí que, con disimulos que nunca son suficientes, los Kirchner han emprendido el camino de Damasco o, más bien, el de Washington, donde está ubicada la sede central del Fondo Monetario Internacional.

Dominique Strauss Kahn, el número uno de la entidad, confesó que la propia señora de Kirchner había conversado con él y que pronto Argentina y el FMI tendrán “una relación normal”. Es decir: una relación regida por las normas, no un trato excepcional como el que los Kirchner estaban empeñados en tener…cuando no eran inquietantes las perspectivas de financiamiento. En breve el gobierno volverá a exhibir las cuentas ante el Fondo, para que sean debidamente examinadas. Se trata de otro notorio repliegue de Kirchner.

¿Y qué decir de la decisión de convertir a Agricultura de secretaría en ministerio, como inveteradamente reclamó el campo? Es cierto (y lo señaló Eduardo Buzzi, primera espada de la Federación Agraria) que esa transformación y “que Agricultura sea ministerio, en el esquema Kirchner, no es garantía de nada".

No es garantía de nada, pero si es admisión de algo: el gobierno siente su debilidad creciente y trata de distender la situación en algunos sectores; realiza maniobras envolventes para tabicar a las fuerzas hostiles y retardar su articulación y unidad. Para eso tiene que hacer concesiones.

Lo del ministerio agrario no es el único paso atrás. Otro, obligado, ha sido la remoción de Emilio Eyras de la conducción de la ONCCA, escorada tras el descubrimiento de la entrega de millones de pesos en subsidios irregulares. La salida de Eyras debilita otra pieza floja de la construcción kirchnerista: el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, ya golpeado tras el blooper de la invasión de cientos de inspectores impositivos en la sede del Grupo Clarín.

Otra evidencia del debilitamiento: a Néstor Kirchner se le achica la cantera para seleccionar funcionarios. Para reemplazar a Eyras tuvo que importar de Santa Cruz a su contador personal, Juan Manuel Campillo. El será quien administre ahora los mil millones de dólares que –sin demasiada transparencia- maneja el ente para pagar subsidios y compensaciones.

Kirchner mantendrá el ritmo de su ofensiva de primavera por las diez semanas que restan hasta el final del mandato de este Congreso. Tal vez antes de eso, anticipándose incluso al almanaque, se inicie la contraofensiva del verano.
Échenle la culpa a Pérsico.

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