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Panorama político nacional de los últimos siete días

El relato del adiós
por Jorge Raventos

A menudo el peligro estimula la lucidez. A mediados de la última semana, los sensores que todavía funcionan en el gobierno K transmitieron señales de alarma: había síntomas de enorme irritación y rebeldía que recorrían varias provincias y también toda la región metropolitana, de la periferia al centro, y presagiaban la posibilidad de una extendida ola de protesta (con cacerolas y movilizaciones) contra la mezcla de tarifazo e impuestazo descargada sobre la sociedad con las boletas de luz y gas. De inmediato la cúpula oficialista giró en redondo y decidió anular temporariamente los aumentos que hasta cinco minutos antes defendía con ardor. El ministro Julio De Vido, que ejercía su elocuencia para ningunear los reclamos (“Tenemos siete millones de usuarios y sólo 1500 quejas”, dec ía) quizás evocando un eficaz retruécano de Groucho Marx (“Estos son mis principios. Si no les gustan, tengo otros”), dio marcha atrás en su argumentación, acompañado en la retirada por el locuaz jefe de gabinete, Aníbal Fernández, que una semana antes había dado verbalmente por derrotada a la gripe A justo en el instante en que las cifras de decesos por ese mal se duplicaban. La precipitación del retroceso, que dejó mal parado inclusive al ministro de Economía (todavía defendía los aumentos a la hora en que De Vido los estaba suspendiendo), fue comparable a la improvisación con que se decidieron los incrementos y su alcance. Ahora, empapados por el susto ante la reacción ciudadana, los funcionarios aplican el viejo lema oficialista (“la culpa la tiene el otro”) y responsabilizan a las empresas de energía por el descontento generado. En rigor, el gobierno cosecha lo que sembró: el festival de subsidios de los últimos seis años ha generado el deterioro del stock energético del país y ha condicionado en buena medida la vulnerabilidad fiscal, que ya no puede sostener esas erogaciones. El tarifazo-impuestazo quiso descargar sobre el bolsillo hoy encogido de los usuarios , sin anestesia y en una sola dosis, la totalidad del atraso de precios que provocó la estéril demagogia oficialista. El zafarrancho exhibido en este episodio, tanto de ida como de vuelta, no muestra únicamente irresponsabilidad e ineficacia de gestión, sino también la fragilidad del gobierno después de su caída electoral y de las derrotas que viene sufriendo desde su guerraperdida con el campo. La Casa Rosada no pudo sostener una decisión en la que empeñó a sus ministros más influyentes y su repliegue se hace a costa de un balance fiscal cada día más desequilibrado.

Es preciso comprender lo siguiente: el gobierno retrocedió en este caso, pero no parece decidido a huir de todas las batallas. Más bien por el contrario, en muchas hace esfuerzos significativos por involucrarse. ¿Ignora acaso que sus fuerzas son muy limitadas y se han reducido marcadamente en los últimos tiempos? No sólo no lo ignora, sino que sospecha que esa debilidad puede abreviarle dramáticamente los tiempos. Lo que parece guiar sus pasos es la voluntad de forjar las bases de “un relato”, para emplear un término caro a la señora de Kirchner, que justifique las adversidades de los capítulos finales. Ese “relato”, en el deseo de la familia presidencial, es el de su victimización: debe mostrar a un gobierno jaqueado por fuerzas malvadas y hostiles (“los ricos egoístas”, el “frente agro-mediático”, “la derecha”) que lo castigan por su “compromiso con los pobres”, por su lucha “contra los monopolios”, por su deseo de que “los argentinos vean el fútbol gratuitamente” y que hasta planean, quizás, un fusilamiento como el de Manuel Dorrego, así sea “un fusilamiento mediático”.

Con la conciencia plena de que -una vez caída la ventaja parlamentaria relativa que aún mantienen y ya segadas las fuentes que alimentaron la caja y, con ella, su control sobre jefaturas territoriales que ya no los respetan – el año 2011 está demasiado lejos, los Kirchner parecen estar preparando su retirada. La conciben, claro, como una retirada táctica (con la idea, por alocada que parezca, de intentar un retorno cuando quienes los sucedan deban enfrentar el berenjenal que dejarán en herencia). Por eso, si hay batallas que son funcionales a ese objetivo, la del tarifazo no lo era: nada los aterraría más que ver perturbada su narración de inspiración romántico-populista por la irrupción de multitudes que blanden sus cacerolas ante la Casa Rosada para reclamar por un aumento de tarifas suscripto por el gobierno. Esa batalla hay que evitarla, posponerla. Hay que ganar tiempo mientras se despliega en otros escenarios el relato “positivo”: por ejemplo, la lucha “por el trabajo” y las guerras “contra el monopolio” y contra “los ricos”. Veamos.

¿Haz lo que yo hago?

El viernes 14 la señora de Kirchner anunció extensamente un plan para crear –dijo- unos 100.000 puestos de trabajoen el Gran Buenos Aires: promete dedicar a ese objetivo 1500 millones de pesos. La finalidad parece indudablemente positiva: ¿no es inobjetable acaso procurar la creación de empleo? Se puede decir que no es mucho lo que se busca, habida cuenta de que el conurbano bonaerense (particularmente en los cordones más excéntricos) la pobreza alcanza casi al 50 por ciento y que, en general, en el último año se perdieron 400.000 puestos de trabajo formales.

La cifra que la presidente prometió es importante, pero es obvio que el tema no es única ni principalmente la magnitud de los fondos que se asignan, sino el criterio y la visión con que se emplean y los factores que lo condicionan. La propia señora de Kirchner dio elementos para entender este punto. Argumentando sobre el esfuerzo que el gobierno se adjudica en la “lucha contra la pobreza”, la dama confesó que desde 2003 hasta ahora el presupuesto que administra su cuñada Alicia “ha crecido en más del 800%" y pasó de 1.083 millones de pesos a 10.200 millones de pesos. Al mismo tiempo, junto con ese florecimiento presupuestario, vemos hoy que la pobreza ha crecido y constituye ese “escándalo” que señaló el Papa.

La señora de Kirchner no quiere ahora discutir si el índice de pobreza “ es 15, 20 o 30” porque, según ella “el conteo de pobres es una falta de respeto hacia los sectores más vulnerables”. Sin embargo, no está de más hacerlo para calcular la eficiencia con la que se han utilizado semejantes montos de recursos sociales que ella no tiene objeción alguna en contar. Es curioso: cuando las papas queman (y en materia de cifras, a la luz de la mentira estadística del INDEC, no sólo queman, sino que incineran) el gobierno prefiere considerar dañino discutir los números. Ocurrió también en relación con el tema de los desaparecidos cuando la señora Graciela Fernández Meijide puntualizó que la única cifra verificada es la que dio en su momento la CONADEP (algo más de 8.000), no la de 30.000 que emplean habitualmente el gobierno y la señora Hebe de Bonafini: tanto Néstor Kirchner como Eduardo Luis Duhalde, el secretario de Derechos Humanos, alegan en ese caso que pretender un registro preciso es ofensivo.

En cualquier caso, en materia de pobreza, el gobierno K aspira a que se le dé crédito. En verdad, el fracaso de los más de 10.000 millones que maneja la señora Alicia Kirchner, más allá de la eficiencia o ineficiencia de su gestión, está vinculado al hecho de que el gobierno pretende tapar con parches de ayuda estatal el desastre que produce con su política. No hay método consistente de lucha contra la pobreza que pueda sostenerse en un país en el que el gobierno decide combatir a los sectores productivos más competitivos –sobre los que pueden asentarse extensas cadenas de valor que se apoyen en esas ventajas competitivas de origen y que ofrezcan empleos bien remunerados – y destruye la confianza de los inversores propios y ajenos con conductas caprichosas y con la práctica sistemática de la quiebra de contratos. Esa política crea pobres.

Más allá de ello, el discurso presidencial y la comparación con la práctica del matrimonio K los males clásicos del doble mensaje. “El trabajo es el mejor antídoto contra la pobreza”, recita la señora de Kirchner con tono edificante. La realidad muestra hechos diferentes: son millones las personas que trabajan y no logran trasponer la línea de la pobreza. En cambio, los Kirchner, aparentemente sin ocuparse de sus propios intereses, han conseguido en un año triplicar su patrimonio declarado, llevándolo a casi 50 millones de pesos (lo que, de paso, los coloca por mérito propio en el listado de esos “ricos” que denuncian en sus discursos). A la luz de esos hechos, ¿es creíble su consejo sobre el trabajo como antídoto de la miseria personal?

En verdad, lo fundamental de estos discursos es menos la coherencia interna que su aspìración de ser insumos de ese relato con que los Kirchner aspiran a narrar su despedida y, eventualmente, su futuro retorno.

La pelota no dobla

La intervención del gobierno K en el conflicto entre los clubes de la AFA y la empresa que hasta ahora se ocupaba de televisar los partidos de fútbol es un episodio lateral, pero no por ello menos importante, en la operación de retirada táctica pensada por Néstor Kirchner.

El telón de fondo de este operativo es genuinamente futbolístico: salvo un puñado de excepciones, los clubes de fútbol están financieramente desquiciados. En gran medida por desastres y desmanes administrativos de sus conducciones, que han sido tolerados o apañados por la AFA. Las dificultades se agravarán en el futuro próximo: la Federación Internacional (la FIFA) quiere limitar el comercio de jugadores y la asociación europea (la UEFA), con Michel Platini a la cabeza, pretende poner límite a lo que se paga por ( y a) los jugadores. De cada 10 pesos de ingresos de los clubes, casi 6 provienen hoy de la venta de jugadores, de modo que las reformas en marcha van a representar una poda notable a sus recursos. Don Julio Grondona , previsor, salió a buscar fondos de otro origen y consideró en primer término que debían salir de la televisión. Sus socios de Torneos y Competencias (ligados al grupo Clarín y a empresas de Estados Unidos) respondieron que los números no daban para incrementar la tajada de la AFA. Las necesidades del fútbol se convirtieron en una oportunidad para el gobierno: Grondona podría encontrar en el Estado una nueva ubre para ordeñar y el oficialismo podría mostrar que todavía tiene capacidad de retaliación, y que podría dañar al Grupo Clarín. De paso, controlar el manejo futuro del fútbol podría ser una carta interesante para ciertos amigos del poder que hace algunos meses quisieron comprar un canal de primera línea y fracasaron en el intento. Si ahora pudieran aportar la televisación de una porción importante de la programación futbolística, ¿podrían quizás encontrar una respuesta más comprensiva?

La pelea por “el fútbol gratis para todos” y “contra el monopolio” son capítulos (o si se quiere, extensas notas al pie) del relato de retirada que escriben con paciencia los Kirchner, mientras la dura realidad los acecha y mientras la oposición se sigue comiendo amagues.

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