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Panorama político nacional de los últimos siete días

Plan de evasión

por Jorge Raventos

Una semana después de la decisiva jornada electoral del 28 de junio, el matrimonio Kirchner no emerge todavía de su perplejidad. Convencidos hasta la víspera de ese día (y quizás hasta el umbral del escrutinio) de que el descarnado manejo de los instrumentos y presiones del poder les garantizaban la victoria, recibieron las cifras que llegaban desde los grandes distritos y desde Santa Cruz, como una sucesión de directos a la mandíbula. Tanto Néstor Kirchner como su esposa, la presidente, recibían parejamente el castigo ya que, con poca astucia, ni siquiera usaron el doble comando para aparentar una distribución de funciones: ella participó tanto como él en actos proselitistas e igual que él caracterizó la elección como un plebiscito sobre el “modelo”. Recogieron solo un voto de cada diez; es decir: perdieron ese plebiscito.

Matemáticas inverosímil

En la provincia de Buenos Aires -donde Néstor Kirchner encabezó la boleta y forzó imprudentemente la participación en ella del gobernador Daniel Scioli, el vicegobernador Alberto Balestrini, del jefe de gabinete nacional, Sergio Massa, y de una legión de intendentes- el oficialismo fue derrotado en siete de las ocho secciones electorales y en 106 de 130 distritos. Kirchner ni siquiera tuvo el premio consuelo de ver perder a Carlos Reutemann en Santa Fé: había alentado allí la presentación de Agustín Rossi para distraerle votos al Lole, castigarlo por su autonomía, contribuir así a una victoria del socialista Giutiniani y demostrar ante propios y extraños cierta capacidad de retaliación. El esposo de la presidente esperó hasta casi las 2 de la madrugada para ver si al menos podía comparar su propia caída con la de Reutemann, pero también quedó frustrado en ese aspecto.

La impericia y la imprevisión con que el matrimonio encaró (también) el último capítulo del proceso electoral se manifiesta en un detalle no menor: alguien decidió que la señora de Kirchner se hiciera presente en el Hotel Panamericano alrededor de las 20 horas del domingo. Mientras ella llegaba en un lujoso automóvil de fabricación foránea a exponerse desmedidamente ante la derrota que se avecinaba, el secretario de Medios, Enrique Albistur, anunciaba que “nuestras encuestas a boca de urna nos dan seis puntos de ventaja”. ¿Quién les pasaba esos porcentajes?¿Guillermo Moreno? ¿Hay que pensar que ellos consumían con credulidad las encuestas ad usum delphini que dibujaban los consultores de la Corte? Unos de esos rabdomantes desconcertados (pero bien pagos …y probablemente con dineros públicos) le asignaba hasta una semana antes del comicio 8,5 puntos de ventaja a Néstor Kirchner. A la hora de explicar el error (para entonces ya había reducido la prelación oficialista a 6 puntos), argumentó que “nosotros acertamos tres de cuatro datos: dijimos que De Narváez iba a tener aproximadamente 33 por ciento de los votos; Stolbizer 21 y Sabbatella 6. Eso se dio así. ¿En dónde erramos? En el voto a Kirchner-Scioli, que nosotros diagnosticamos en 38”. Dicen que Kirchner estaba fuera de sí esa noche del 28 de junio. Con explicaciones como esa en medio de la aleve encrucijada del cuarto oscuro, no es para menos. Si se sigue la lógica de ese consultor y se suman sus pronósticos hay que concluir que consideraba que las cuatro fuerzas mayores se quedarían con el 98 por ciento de los votos: una previsión imposible de sostener seriamente.

Los Kirchner terminaron la jornada del 28 en la lona.

Aunque el lunes 29 de junio la señora de Kirchner se esforzó infructuosamente por demostrar, vía una aritmética inverosímil, que el gobierno no había sufrido ninguna derrota un día antes (opinó que, más bien por el contrario, emergía de las elecciones como la fuerza política más numerosa de la Argentina), su propio marido la había desmentido por adelantado. Néstor Kirchner intentó mostrar que comprendía la catástrofe padecida por sus fuerzas a través de un retroceso táctico: resolvió renunciar a la presidencia del Partido Justicialista. Se anticipaba así a lo que le iba a ser solicitado por la mayoría de los jefes territoriales peronistas y se esforzaba, aún en el momento de repliegue, por mantener el control inclusive a costa de una confesión. Que él –cabeza de la lista que perdió ante Francisco De Narváez - dimitiera y le entregara verbalmente la presidencia partidaria a Daniel Scioli, segundo en esa misma boleta, implicaba la admisión de una culpa de la que absolvía al gobernador bonaerense, pieza indispensable, en su cálculo, para transitar la peligrosa situación creada por la pésima performance electoral. También suponía un mensaje paradójico: “ Puesto que reconozco perdí, tengo derecho a designar mi heredero”. Como se vería, no son muchos los que admiten ese mensaje.

Kirchner no renunció

En primer término, la renuncia de Kirchner por el momento no pasa de ser virtual. Por ahora sólo la expuso oralmente ante un periodista de la agencia oficial Telam; estatutariamente, para que el acto tenga validez, debe formalizarlo por escrito ante el Consejo Directivo Nacional del partido, y es éste, en definitiva, el que tiene que aceptar o rechazar la dimisión. El Consejo Directivo está integrado por 75 miembros, que asumieron formalmente en un borrascoso acto realizado a mediados de mayo de 2008 en el estadio del club Almagro, partido de Tres de Febrero, dominios de Hugo Curto. Sus miembros fueron meticulosamente elegidos por el propio Kirchner, en ciertos casos porque eran miembros insoslayables (los gobernadores, por caso), en otros porque se trataba –a su entender; ahora viene la prueba del ácido- de incondicionales.

En cualquier caso, Scioli empezó a moverse por un borde filoso: de un lado se encuentran las sospechas de la estructura íntimamente adicta a Kirchner (en primer lugar, las del ex Presidente) que desconfía de los gobernadores y jefes territoriales (a muchos de los cuales estigmatiza ya como “traidores”). Del otro, la convicción de los actores territoriales de que la hora del kirchnerismo se acabó y que el peronismo necesita encontrar un nuevo equilibrio, un nuevo rumbo, un nuevo lenguaje y una nueva conducción si aspira al poder en el futuro.

El mensaje más tranquilizador que Scioli tuvo para transmitirle a Kirchner después de sus primeras conversaciones con líderes partidarios y gobernadores fue que “todos le expresan respeto”. Ese respeto no evitó, por cierto, que Mario Das Neves señalara que “el ciclo del kirchnerismo ha terminado”. El jefe de la CGT y vicepresidente segundo del PJ, Hugo Moyano –Scioli concurrió a verlo al bunker de la calle Azopardo- explicó a su modo las razones de la derrota del domingo 28: "Algo se hizo mal, algo se comunicó mal, algo se transmitió mal". Sobre el futuro de Kirchner, el líder de la CGT opinó que “seguramente va a ser un buen legislador".

Pero el gobernador bonaerense también fue recusado en su tarea de componedor: se le imputó su condición de “perdedor”, se le reclamó que se aparte de las funciones coordinadoras que está ejerciendo. Inclusive Carlos Reutemann, que en primera instancia había juzgado “un paso adelante” la renuncia de Kirchner y su abdicación en Scioli, sintonizó más tarde con el conjunto del peronismo disidente (desde Ramón Puerta y Juan Carlos Romero hasta el victorioso De Narváez, pasando por Juan Schiaretti y Jorge Busti, para citar sólo algunos nombres) y pidió que la tarea transitoria de reordenar el paisaje peronista esté a cargo de alguno de los gobernadores que triunfaron electoralmente. Suenan particularmente los nombre del sanjuanino José Luis Gioja y el salteño Juan Manuel Urtubey para coordinar una mesa de gobernadores que intervenga en la reorientación del peronismo y pueda ofrecer una apoyatura y una orientación (o, si se quiere, reorientación) al gobierno de la señora de Kirchner.

Apoyado sobre las demandas y criterios de sus interlocutores, Scioli podría plantearle al esposo de la presidente que hay una gran coincidencia en la necesidad de que él se corra marcadamente de los asuntos del gobierno y del partido, ya que en la actualidad equivale a un “salvavidas de plomo” para ambos. De hacerlo, quizás podría disolver algunos cuestionamientos y suspicacias del sector disidente y mostrar que se anima a encaminar al partido hacia una etapa post-kirchnerista.

Es posible, no obstante, que Scioli comparta los temores de algunos gobernadores y jefes territoriales que, íntimamente críticos de la conducción de Néstor Kirchner, de su estilo de mando y del rumbo que le imprimió al gobierno de su esposa, alientan sin embargo la ilusión de un cambio de rumbo que no sea demasiado traumático, una operación cautelosa que no ahorre en anestesia. Esos actores saben, por cierto, que el esposo de la presidente armó un Consejo Directivo del PJ que aunque hoy, después del golpe sufrido el 28 de junio, pueda lucir un poco menos obediente que un año atrás, cuenta con una legión de soldados todavía fieles a Kirchner. Allí están aún Carlos Kunkel, Juan Carlos Dante Gullo, los ministros Aníbal Fernández, Florencio Randazzo y Julio De Vido, el joven Juan Cabandié, el piquetero Emilio Pérsico, por citar sólo a algunos. A través de ellos (y contando todavía con el manejo de la caja del gobierno, relevante medio de presión sobre muchos administradores locales que integran el cuerpo), Kirchner podría obstaculizar eventuales intentos autonómicos. Pese a la monumental derrota que sufrió, Kirchner todavía genera temor. O, en otros términos, inspira respeto.

La “traición” del conurbano

Más allá del ánimo depresivo que campeó en Olivos desde el 28 de junio por la noche, el apartamiento de Néstor Kirchner del escenario durante la última semana en modo alguno implica una resignación permanente. El cónyuge presidencial es un tipo obstinado y mientras lame sus heridas en soledad, rumia venganzas y sueña con alguna contraofensiva victoriosa.

Entre sus obsesiones se encuentra lo que considera “la traición” de los jefes peronistas del conurbano. Según una seguidora fiel de Kirchner –la derrotada intendente de Luján Graciela Rosso-, algunos intendentes, que ganaron cómodamente las elecciones locales en sus municipios, “han permitido (sic) que se votara distinto a nivel nacional”. ¡Han permitido! Al parecer la “traición” que se imputa a los dirigentes comunales es que no impidieran que los ciudadanos votaran de acuerdo a su leal entender.

En cualquier caso, ese criterio que impera en las filas kirchneristas constituye la clave de su incomprensión del golpe sufrido. Sencillamente, los liderazgos municipales acompañaron el movimiento espontáneo de sus comunidades o se allanaron a él. El blanco de ese movimiento no eran las conducciones locales, sino el vértice del oficialismo. Al no entender esa situación, la acusación que se forja en Olivos tiende a transformarse en una profecía autocumplida: los liderazgos oficialistas de 106 partidos de la provincia de Buenos Aires han comprobado el 28 que el apellido Kirchner ha sido piantavotos; a esa constatación los jefes comunales deben agregarle ahora que el esposo de la presidente los cumpla a ellos de su fracaso y promete vengarse. Los motivos para tomar distancia abundan. Quizás por eso parece plausible la opinión de un analista que considera que si esta semana volviera a votarse, Kirchner sacaría muchos (“¡pero muchos!”) votos menos que el domingo 28.

Puesto que se considera trampeado y abandonado por el peronismo bonaerense (que hasta hace dos semanas esperaba liderar), Kirchner se ha vuelto receptivo a las voces que le venía aconsejando no apoyarse en el justicialismo, sino en el sedicente progresismo. Esa es la medicina que le proponían y le proponen los intelectuales de Carta Abierta y alguno de sus mosqueteros, como Luis D’Elía. Los de Careta Abierta preparan un plan de operaciones que incluye una propuesta de control de cambios y otra destinada a crear un sucedáneo del IAPI de la década del 40. En sintonía con esos embelecos hay que juzgar la elucubración de la señora de Kirchner durante su conferencia de prensa del lunes 29 de junio, cuando contabilizó a Pino Solanas entre los aliados potenciales del kirchnerismo. Se trata de un amor no correspondido: “Nada que ver”, aclaró Solanas (que tuvo una inopinada performance en la Capital). “Nos tiraron con un yunque”, agregó otro hombre del solanismo.

Ingobernabilidad

Mientras Kirchner se evade entre Olivos y sus revanchistas ensoñaciones, su esposa prefirió pasar el domingo siguiente al del disgusto lejos de casa. Un gobierno que ha conducido una política de aislamiento internacional decide ahora –como si no tuviera prioridades domésticas acuciantes - practicar un curioso activismo en la crisis política de Honduras.

Aunque la señora anunció que no hará cambios en su gabinete, desde el domingo ha perdido ya algunos miembros, como Graciela Ocaña en Salud y Ricardo Jaime en Transporte. Perdió la oportunidad de aliviar su gobierno aceptando otras renuncias que le presentaron (una de ellas, pero no la única, la de Guillermo Moreno), porque parece considerar que la crisis sólo se hará visible si ella admite que tiene que hacer modificaciones.

Desde la oposición, que pronto controlará el Congreso, avisan que están dispuestos a ayudar al gobierno, pero que el gobierno “debe dejarse ayudar”. Esta es una asignatura que el oficialismo nunca aprobó, porque “dejarse ayudar” supone admitir los puntos de vista de otros. En este caso, los de las fuerzas que ganaron las elecciones, las que son portadoras del principal mensaje de la sociedad.

“Hay que darle una semana a la presidenta para que absorba la derrota”, dijo Carlos Reutemann el viernes, cuando la semana ya estaba por cumplirse. Tal vez quiso decir una semana más. A su manera económica en palabras, lo que el santafesino estaba haciendo es poner un plazo razonable para juzgar mejor la capacidad de reacción presidencial, las señales y decisiones que es capaz de adoptar para volver políticamente sustentable un gobierno vapuleado por los votantes.

Algunas indispensables: reestructurar el INDEC y volver a la verdad estadística, darle una solución positiva al conflicto del campo , escuchando a sus representantes.

Mientras la presidente viaja a Honduras, los argentinos se preparan para recibir la semana más dura de la gripe porcina. Una semana atrás, en esta columna decíamos: “Al ingresar en su decisivo domingo electoral, Argentina se acerca, quizás, a un umbral de sinceramiento. Es posible que desde la misma noche del domingo comiencen a registrarse realidades que durante un tiempo largo fueron barridas bajo la alfombra con distintas excusas (que terminaban confluyendo en un motivo central: eran incómodas y se consideraba contraindicada su revelación para el objetivo principal de atravesar con aire de victoria el desafío de las urnas). ¿Se conoce, por ejemplo, toda la verdad sobre la dimensión que alcanza en nuestro país la llamada gripe porcina? Es probable que sólo cuando se haya atravesado la prueba del cuarto oscuro, los argentinos nos enteraremos de que la peste ha avanzado más de lo que se reconoce oficialmente. Es probable asimismo que, con los comicios atrás y las cifras sinceradas, se declare la emergencia sanitaria”.

Hoy sabemos que hay 100.000 contagiados (hasta el viernes 26 de junio se hablaba de unos 3.000). La cifra la dio el flamante ministro de Salud, Juan Manzur. La señora presidente consideró que dar a conocer las cifras reales “es imprudente y crea pánico”. Evidentemente, el espíritu que avaló las falsedades del INDEC sigue vivito y coleando. Plan de evasión: “Cierro los ojos y el mundo no existe”.

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