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Panorama político nacional de los últimos siete días

Moreno es un eufemismo
por Jorge Raventos

La Argentina está atravesando un interregno singular. En la superficie los vientos parecen haber dejado voluntariamente de soplar, como si temieran que cualquier brisa, hasta la más suave, bastase para derrumbar una gobernabilidad que todos juzgan precaria. El conjunto de la sociedad política (incluyendo en ella a distintas variantes de lo que podría denominarse “el poder fáctico”) hace un esfuerzo para preservar la estabilidad del gobierno y hasta para exagerar su actividad: algunos llegan inclusive a proclamar que el gobierno “ha recuperado la iniciativa” por el hecho de que la señora de Kirchner decidió convocar a algunos diálogos cuya configuración precisa, o no está definida aún o se ve forzada a reconstruirse sobre la marcha.

Expresión de deseos


“Al menos ahora se inclinan por el diálogo”, susurran los que quieren ver el vaso medio lleno y no totalmente vacío. Hay un deseo evidente (y hasta generalizado) de que el gobierno ofrezca muestras más o menos claras de comprensión del momento que vive y de capacidad para adaptarse a las circunstancias resumidas en su derrota electoral del 28 de junio. Pero lamentablemente el voluntarismo, por extendido que esté, no es suficiente para hacerse cargo de la realidad.

El “diálogo político” convocado original y espontáneamente por la señora de Kirchner constituía una caricatura o una chicana: el ministro Florencio Randazzo explicaba que en cuatro semanas, y a razón de una reunión cada siete días, pensaba conversar con 40 partidos, a los que ubicaba en pie de igualdad y desgajados de la jerarquía que ha establecido la ciudadanía con su voto. Evidente señal de desubicación: si los triunfadores del 28-J no admitían esas condiciones el gobierno debía archivar la iniciativa o modificarla bajo presión. Eligió esta vía.

El radicalismo y casi todos sus aliados (excepción hecha de la señora Elisa Carrió), después de forzar el cambio de criterio del Poder ejecutivo, se prestaron al minué y a la fotografía. No dejaron de reclamar que las prioritarias cuestiones sociales, las económicas y las referidas a la distribución federal de recursos no quedaran fuera de la conversación política, exiliadas en un limbo “corporativo”. Randazzo no pudo prometer nada. No estaba en condiciones: debe preguntarle primero la opinión a Néstor Kirchner y a su cónyuge, la presidente.

Casi en paralelo con esta peculiar inauguración del diálogo político, el ministro Julio De Vido suscitaba una (así nombrada en los medios) “reunión secreta” con empresarios y sindicalistas como plataforma de lanzamiento del (presunto) Consejo Económico Social. ¿Puede ser secreto un encuentro gastronómico de más de diez personas de diferentes ámbitos que tenga como escenario la Casa Rosada? Obviamente no: como mínimo se supo quiénes no estuvieron presentes, y esas ausencias fueron más sustanciosas que el menú. Faltó el campo, por ejemplo. Ninguno de los miembros de la Mesa de Enlace agropecuaria fue invitado (ni siquiera probaron a invitar a alguno sí y a otros no, como para intentar alguna cuña pero al menos testimoniar que el sector no era marginado por el oficialismo). La presidente debió escuchar de los sectores empresariales que habían sido invitados que el sector agrario no podía ser marginado.

¿Dónde está el ministro?

Más significativo aún: tampoco le dieron una silla en esa cena al ministro de Economía, Amado Boudou. Fue un dato. Por esas horas el ex titular de ANSES se deslizaba por una pendiente enjabonada: primero había hecho trascender algunos criterios propios (sobre el INDEC, sobre los organismos internacionales de crédito) que no contaron con la aprobación de la Cátedra de Olivos; segundo –agravante imperdonable- había recibido bolilla negra de Máximo Kirchner, el hijo de los presidentes, titular de la Juventud camporista y vocero de facto de las organizaciones que enarbolan los derechos humanos. ¿El motivo? Boudou quería designar en la secretaría legal y administrativa de Economía al abogado Juan Guiñazú, que ha sido su mano derecha en el ANSES. Y, según los censores oficialistas, este funcionario tiene un pecado de filiación: su padre es un capitán de fragata retirado que fue subjefe de la Base Naval de Mar del Plata y que sufre prisión domiciliaria en relación con su actividad durante el proceso militar de los años 70. El ministro quedó congelado, sin equipo, sin programa y sin actividad visible. A mitad de semana se lo daba por renunciado y sus voceros desmintieron tímidamente la versión. El viernes se supo que Olivos le había indicado quién debía ser su secretario de Política Económica(el ibarrista arrepentido Roberto Felleti). ¿Boudou repite la historia de Martín Lousteau, que llegó junto el nuevo período como símbolo de renovación y apenas duró un suspiro? Los Kirchner (Néstor, Cristina y ahora también Máximo) deciden quién no debe ser designado. Néstor además de sacar, pone, retiene, sostiene.

Moreno es un eufemismo

Los cuestionamientos y pedidos de alejamiento de Guillermo Moreno que se alzan desde distintos sectores (inclusive lo reclaman gobernadores y jefes territoriales peronistas) son un evidente eufemismo: a esos efectos se lo nombra a Moreno pero se piensa en Kirchner. ¿Cree alguien, sin embargo, que la suerte de Néstor puede separarse de la de su esposa, que puede suceder una toma de distancia individual y paralelamente una permanencia individual? Pese a los esfuerzos de voluntad que se invierten en impulsar (o imaginar) una cristinización del gobierno, todo corrobora que en el régimen bicefálico, la cabeza que manda es la de Néstor Kirchner.

No es un hecho sorprendente. En noviembre de 2007, apenas ocurrida la elección que llevó a la señora de Kirchner a la Casa Rosada, anotábamos en esta columna que el país se encontraba ante “una reelección por interpósita cónyuge” y que “más allá de los discursos de la primera dama y presidenta electa, las consignas oficialistas que subrayaban la palabra cambio (El cambio recién empieza), parecen virar rápidamente al concepto de continuismo”.

Hay más que una sensación de déjà vu; este párrafo, publicado 20 meses atrás parece describir hechos de estos días: “ Mientras la pareja presidencial realiza su asamblea de dos en Calafate para analizar los nombres del futuro gabinete, las versiones anticipan que la mayoría de los ministros (incluyendo a los más expuestos y polémicos) permanecerán en sus puestos o, excepcionalmente, cambiarán de cartera. Como para subrayar el criterio de la continuidad, Guillermo Moreno ha producido nuevas sanciones contra personal del Instituto de Estadísticas que cuestionó la manipulación de los datos sobre costo de vida, pobreza e indigencia”.

El gobierno, para neutralizar la derrota en que quedó sumergido el domingo 28 de junio, sólo atina al dudoso recurso del Barón de Munchhaussen quien, al hundirse con su caballo en un pantano, para emerger se tiraba del pelo.

Más que “cristinizarse” o cambiar, el gobierno va y viene frenéticamente. Algunos de sus exponentes –el jefe de los diputados kirchneristas, Agustín Rossi- admite ante ante colegas de otros bloques que el oficialismo debe prepararse para llegar a acuerdos, ya que en diciembre (y muy probablemente antes) quedará irremisiblemente en minoría. Esa expresión de obvio sentido común y comprensión del resultado electoral, choca con la falta de criterio del ministro de Interior, que el jueves por la noche, ante las cámaras, a tres semanas del escrutinio, repetía el argumento aritmético de la señora de Kirchner y se aferraba a la idea de que el Frente para la Victoria había triunfado en las urnas.

Rebelión en la pingüinera

Lo que cambió y sigue cambiando es la realidad. El gobierno “pingüino” observa que se le escurre su apoyatura territorial patagónica. Néstor Kirchner aplica al tema su lógica de siempre:la culpa la tiene el otro. Así como diagnosticó que su caída bonaerense se debía a “la traición” del peronismo del conurbano al que había forzado a integrar las listas “testimoniales” y ahora encuadra como “la vieja política”, procura vengarse de los jefes territoriales de la región austral.

Primero viajó subrepticiamente a Chubut, con la intención de abrirle un frente interno al gobernador Mario Das Neves. Este lo acusó de “hipócrita” y de “depredador”. Das Neves no empezó a pensar estas palabras la semana pasada, ya las tenía en la cabeza desde hace meses, mientras veía que Kirchner amparaba en el gobierno nacional (en la subsecretaría de Pesca, en el Correo Argentino) a sus adversarios internos. Ahora las dice en voz alta porque Kirchner ha quedado golpeado por el fuerte revés electoral.

En Santa Cruz, su terruño, el kirchnerismo fue derrotado y vive hoy la crisis interna del propio oficialismo. Kirchner culpó al gobernador Daniel Peralta y alienta a gente de su confianza para hostigarlo. El gobierno provincial no la pasa bien: Peralta tuvo que desmentir su renuncia; Santa Cruz tiene problemas financieros por más de 2.000 millones de pesos, pese a ser el distrito que más ayuda per capita ha recibido del Estado central. Y, por cierto, pese a que en sus arcas deberían contarse las regalías petroleras que recibió Néstor Kirchner durante la década del 90, cuando era gobernador, y que misteriosamente giró fuera del país. Tal vez no esté lejoano el momento de conocer el recorrido y la suerte final de esos fondos.

En Río Negro, el gobernante radicalismo decidió abandonar su condición de “radicalismo K”. El titular del partido en el distrito, Jorge Pascual, aseguró que comenzará a acatar las determinaciones y estrategias del comité nacional de la UCR. El líder partidario consideró que la alianza con el kirchnerismo “nos dejó atrapados en un posición donde no éramos ni anti-K ni demasiados radicales. Ahora, se respetarán las relaciones institucionales con Nación, pero seguiremos la estrategia de la UCR nacional”.

En fin, Néstor Kirchner, que emigró voluntariamente de su condición patagónica para convertirse en ciudadano (y candidato) de la provincia de Buenos Aires, ahora es empujado fuera de la región por liderazgos territoriales que, después del 28 de junio y de los comportamientos del oficialismo, ven en él más un problema que alguna posible vía de solución para los problemas de sus distritos.

El distanciamiento cunde

El distanciamiento cunde. El ex jefe de gabinete Alberto Fernández, que venía haciendo esfuerzos por edulcorar sus crecientes críticas al kirchnerismo, acotó en las últimas dos semanas su estilo diplomático y criticó con energía a su ex jefe político. Fernández no expresa sólo sus ideas personales: articula en su mensaje opiniones y visiones de algunos gobernadores, de varios intendentes y también de algunos líderes del poder fáctico, que empiezan a diseñar planos del poskirchnerismo. Como la mayoría de sus interlocutores, el ex jefe de gabinete preferiría que la situación se encarrile consolidando la autoridad de la presidente (al fin de cuentas, esa parecía ser su esperanza cuando la acompañaba al inicio de este período constitucional). Pero probablemente más que cualquiera de aquellos, Fernández comprende cuál es la naturaleza insalvable del obstáculo que impide concretar ese deseo.

El gobernador de la provincia de Buenos Aires tomó distancia no metafórica. Viajó a Italia y dejó que sus hombres más cercanos pusieran en práctica sus instrucciones políticas: afianzar los vínculos con las jefaturas territoriales, tanto las del conurbano como las del interior de la provincia, con la expectativa de apuntalar al Ejecutivo presidencial. Scioli sabe que se encontrará con dificultades al haber perdido fuerzas en la Legislatura y ha decidido – a contramano de las primeras actitudes de Kirchner- cerrar filas con lo que éste, durante su visita a Puerto Madryn llamó “la vieja política”. Muchos intendentes le hicieron llegar a Scioli el consejo de que se alejara de Olivos (“Sin Kirchner en la boleta todos hubiéramos sacado más votos y el PJ hubiera triunfado”, vaticinaron tardíamente). El gobernador es hombre prudente: su apartamiento no será abrupto. En principio trabaja para sacarse de encima con elegancia el chaleco de presidente del PJ que le colgó Kirchner. La forma puede ser la convocatoria a un plenario que componga una conducción de (relativo) consenso para encaminar al partido hacia una legitimidad plausible, que contenga a la gran mayoría de los peronistas. En la búsqueda de ese objetivo Scioli encontrará ayuda de peronistas antikirchneristas. Habrá que ver si la recibe del ex presidente.

Cambio de rumbo

Preservada por la detención voluntaria de las brisas, pero amenazada, a cambio, por la intensa actividad geológica, la gobernabilidad se encuentra en suspenso. Si la Casa Rosada no se prepara seriamente para resolver los problemas políticos pendientes (y sujetos desde las elecciones a una nueva relación de fuerzas) el diagnóstico no será demasiado difícil.

La ilusión (o expresión de deseos) centrada, pese a todos los antecedentes, en que el oficialismo deje de ser lo que ha sido y sea otra cosa (la “cristinización”) esconde un reclamo de cambio de rumbo y recepción del mensaje de las urnas.

El tema de las retenciones (y, en general, las demandas del campo, desde la lechería a la ganadería o las economías regionales) no puede seguir postergándose. La distribución de los recursos nacionales por vía de la coparticipación (o de soluciones ad hoc en esa dirección) es otro punto insoslayable. Durante el siglo XIX reclamar que los recursos aduaneros fueran “nacionales” significaba que no fueran monopolizados por la provincia de Buenos Aires. Hoy, la actualización de aquella lucha equivale a que no sean acaparados por la caja central, también, como entonces, en perjuicio de las economías provinciales. Recursos “nacionales” debe ser entendido a principios del siglo XXI, en primer lugar, como “recursos federales”. La cuestión social debe ser abordada de modo de que la acción contra la pobreza sea efectiva y no alimente a los instrumentos del clientelismo. La reconexión de la Argentina con el escenario internacional, del que está alejada económica y políticamente, es indispensable.

Lo que se pide no es una tarea sobrehumana. Sólo se trata de eludir los comportamientos marginales, estérilmente confrontativos y actuar con el mismo sentido de otros gobiernos progresistas de la región, como Brasil, Chile o Uruguay. La ilusión del interregno sin brisas puede convertirse vertiginosamente en desilusión y reclamo tormentoso. Se trata de cambiar el rumbo.

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